El infinito es frágil como el amanecer


  El infinito es frágil como el amanecer y alguna tarde sube a la lenta canción de las campanas. El infinito es, pero no está. Pudiera, acaso, ser puro recuerdo. O un amante imposible de la tierra. O conjetura o perspectiva o droga dulce o palidez o compás o plumier con pinturas de cera o tajalápiz o pozo de agua o luz.

   Pero es nada y es todo supersticiosamente. Funambulista, humo, caparazón, simiente, visillo, sobredosis, meteoro, molino. El infinito siente temor algunas noches. Y quisiera que un beso le cayera en la frente o que una madrecita le dijera al oído: duerme, no temas, sueña.

   Y entonces el infinito sueña que es algo pasajero, fugaz como una prenda humana. Que es algo semivivo, como un cuerpo. Que es algo susceptible, como un hilo. Sueña que es algo muy sencillo, como un día, o una historia, un lugar, una palabra, un vuelo, una tristeza. Y al soñar algo de todo un poco, comprende que de nuevo es ya lo que no quiere.

   No quiere ser infinito.

   Y quisiera morir en las enciclopedias o en las barbas azules de los filósofos. Y quisiera morir en su casa natal. Y quisiera morir pretendiendo un deseo. Y quisiera morir conociendo una rosa. Y quisiera morir. Morirse de infinito. (La Nueva España, 1-10-08).



 

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