La vida, al fin y al cabo



Lo mismo de otros días, casi a la misma hora, con la misma cadencia de año tras año. La señora que vende cupones por el pueblo, con unos labradores y un par de galgos. El autobús que pasa y ya no trae a nadie más que a cuatro paisanos que vuelven del mercado. Las hortensias que secan colgadas del alero, junto al tomillo fresco y semillas de malvas y el maíz enristrado. El dolor que nos pesa entre los ojos, que no es pena ni herida ni atrición ni cansancio. El gato que vigila, sin prisas, el bullir de los topos en el prado. Un recuerdo con sol y azul intenso, un horizonte hermoso, las primeras mañanas de algún primer verano.

El mugir de las vacas que otean a su dueño camino de la cuadra y reclaman el pasto. Los ligeros vencejos, con sus danzas geométricas y su leve existencia hacia el ocaso. El sonido del agua, los velos de la brisa, el quejido de un pájaro. El maíz extendido como una eternidad, los restos de unos bálagos. La espadaña, la iglesia, el cementerio solo y encalado. La belleza, sin duda, de todo lo que asumo, de cuanto veo y abarco. Tu perfil con el oro de la luz que decae y mis ojos con el asombro aquel de la primera vez que te miraron.

La sensación de ser muy poca cosa, menos que una ocasión, mucho menos que un árbol. La pesadumbre de no saberse libre, de estar muy restringido, creerse muy de paso. El vértigo que irrumpe tras una decepción, la vacuidad que toco cuando cierro mis manos. El silencio que huele como la casa antigua, como ropa plegada en los armarios. La verdad que me invade cuando cruzan las nubes, la cortedad que auspicio en mi porte de humano.

Lo que poseo ahora, lo que he dejado atrás más lo que, a ciencia cierta, sé que se está acabando. Más lo que ha de venir a partir de este instante sin un por qué ni un hasta cuándo. Lo mismo de otros siempres, mas algo que hay, sospecho, que no estará ya más, en días como éste, aquí a mi lado. La ausencia, la hondonada que dejan quienes nos han dejado. El camino, la ruta, el regreso, si cabe, la ilusión, la esperanza, sus altos y sus bajos. Las sumas que nos restan. Las cuentas que no salen. La vida, al fin y al cabo.

C) Aurelio González Ovies
La Nueva España, 29 de agosto 2012

Acción de gracias




Me ha costado mis años
llegar a escribir
soy
siento.

Estoy aquí y percibo
la grandeza del día,
su dimensión azul,
mi transparencia.
Se lo debo a los nombres
que tanto me llamaron.
Se lo debo a la infancia
y a su fosforescencia.
Se lo debo a los árboles
que crecieron conmigo.
Y a los versos que un hombre,
pastor en Orihuela,
dejó sobre la vida,
llegaron a mis manos,
giraron en mis ojos,
filtraron en mi voz.
Y, corazón arriba,
reconocimos juntos
la belleza.

Los días contados




Así se nos van los días de la vida.

La muerte está en nosotros como una adolescencia
y soñamos a veces con sus piernas de luto.
Como una decisión majestuosa.
Como el acantilado y el abismo.

La muerte está en nosotros como una enfermedad
y una costumbre.

(Para Marian Suárez)

Palabra en obras para escuchar

Visitación



Alguien me ha pertenecido como una posesión.

Alguien me ha abandonado como a la lejanía de los muertos.

Por mi soledad transitan los monjes

más longevos,

monjes azules, de Santa Marta,

al norte de Florencia.

Y se escriben libros de otras edades,

libros canonizados con albúmina,

libros con versos tan antiguos como la oscuridad

para los ciegos,

libros encuadernados con el silencio

de los cirios.

Libros desheredados como el amor de un día.

Por mi soledad regresan peregrinos.

Alguien ha subido hasta mi corazón

y yo no estaba.

Alguien ha venido a morir en mi corazón

y yo no estaba.

Alguien ha llegado hasta mi corazón

y yo no estaba.

Yo no estaba conmigo.

(C) Aurelio González Ovies
Tardes de cal viva y brea
 

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