A los de mi tierra



A LOS DE MI TIERRA

Canto a los de mi sangre. Canto a los de mi tiempo. A todos los que hicieron posible mi pasado. A todos los que dieron esta luz tan presente. Canto a los que prendieron la mecha que mantuvo la chispa de este largo trayecto hasta el futuro. A los que madrugaban y, con la vida al hombro, pasaban por mi casa camino de la mina, con los bronquios gastados, la mirada enterrada y un candil primitivo de ácido carburo. Canto a los de Gozón y sus contornos. A los que nos tallaron pegollos perdurables. A quienes nos legaron el pan con su salud y su filantropía. A los que nos labraron la tierra impenetrable con sus dedos tenaces y tozudos.

Canto a la amanecida de aquellos pescadores que cruzaban el alba con los remos y nasas, ‘gaxartes’ y ‘bistoncias’, ropas de agua y la dicha de compartir un chusco. Y a todas sus familias, numerosas y humildes, que tejían las redes y vendían la marea y recorrían los pueblos. Canto a su voz de madre y de mar cariñosa como la que se escucha, a lo lejos y cálida, en la concavidad de los turullos. A la costa que ciñe el talle de Bañugues y a sus acantilados, por donde se subía el guijo y la madera, la rucha, el mineral, y el salitre y el ocle y en muchas ocasiones los despojos, los náufragos, los lamentos y el luto.

Canto a todas las casas, habitadas y en paz, con hijos y balcones, con coladas inmensas y ropa echada al verde y gallinas y perro. Casas que desprendían olor a hollín y a esfuerzo, a pimentón y a humo. Con pasillos y cuartos desconchados y estrechos, donde dormíamos muchos. Casas llenas de amor, donde todas las tardes se escuchaba el batir de yemas para aquellas tortillas sabrosísimas. Casas con almanaques y recibos y radio, y un san Pancracio encima del contador de luz; sencillas y sin lujos. Canto a su cal bendita y a sus puertas abiertas noche y día, sin tregua. Sin tregua como cuanto nos dieron para siempre: honradez y razón, cariño y sentir puro.

Canto al paisaje hermoso donde aún me adormezco cuando quiero mirarme, saber de dónde vengo, recordarme radiante, altamente seguro. Y retorno al salitre y a la hierba cortada de la infancia; recorro sus parajes y hay rocío y bidones y eucaliptos y norte y toperas y gallos. Y humea el cucho. Y regresan mujeres con lechera y madreñas. Y se esconde la luna. Y soy feliz de nuevo. Y rebuznan los burros.

(C) Aurelio González Ovies

¿Será toda la vida mi vida así?


Padres, cómo lloran los ríos y los abetos. Cómo os llaman la miel y las almendras. Cómo os echan de menos el acebo y el alba, la niebla y el rocío. Cuántas horas tan lejos de vosotros. Cuántos años de ausencia y desconcierto. Cuánto tiempo baldío. Cuando diciembre asoma, cuánto calor al alma trae su frío. Enmudecen las cumbres y los establos, los viejos lavaderos, el musgo, el petirrojo. Todo calla y es hielo. Todo desprende copos de ineficaz olvido. Y vuestra lealtad respira en cada cuarto. Y vuestra gratitud, en cualquier gesto. Y vuestra voz aquí, conmigo, dentro. Siempre conmigo.
Cómo recuerdo ahora aquellas tardes dibujando tranquilo, en la cocina, siluetas de montañas y camellos y una estrella cometa que indicaba el camino. Cuánto aquellos momentos de paz, indescriptibles, en los que atravesábamos la humedad de los bosques y el tul de la mañana para encontrar un pino. Cuánto los altos muros de vuestros brazos alrededor de mí. Cuánto. Cuánta inseguridad en cuanto alcanzo. ¿Será toda la vida mi vida así? ¿He de rememorar un día y otro día la emoción y verdad de lo perdido?
¿Causa de tanto amor esta ceguera? ¿De desengaño acaso? ¿Os nombro a cada paso porque no soy capaz de avanzar por mí mismo? ¿Es carencia del ser que me acompaña? ¿Quizá debilidad y miedo a lo que espero? ¿Es cobardía pura? ¿Puro vacío? Dudo de todo cuanto llega y pasa. De todos cuantos dieron su nada y su egoísmo. ¿Es distancia o confín esta sazón? Cada día más aislado de lo que tengo cerca. Cada instante más cerca de los que habéis partido.

Encenderé la noche. Evocaré el pasado. Nada con más certeza que lo vivido: es diciembre en la tierra. Huele toda la casa a espumillón y a calma. En las calles ya empiezan a alumbrar las bombillas. Comienza a chispear la pena que desprenden los villancicos. Justo ahora os necesito más que en esa orfandad diaria en la que tanto me hundo y tanto os necesito. Venid, aunque no sea más que en forma de sombra, con carácter de humo. Acercaos al mundo. Hay soledad y luna. Y la mesa está puesta con el amor de siempre, con castañas y uvas y pan de higo. ¿Pero con quién dialogo? ¿Existe lo imposible? ¿Siguen vivos los muertos? ¿Os llegan estas súplicas? ¿Y todos mis deseos? ¿Reconocéis mi letra? ¿Las señas que yo tengo serán correctas? ¿Recibís las postales que os escribo?

(La Nueva España, 25-11-2015)

Paz y poesía






PAZ Y POESÍA

Aurelio González Ovies

Cambiaremos el mundo con paz y poesía. No lo duden ustedes, y recuerden: con paz y poesía, porque son alimento que nutre y no destruye. Son el sabor indispensable de la luz. Fuerza de la corriente y del amor. Esencia de la altura y todo lo que cubre. Paz y poesía en la leche materna y en las enciclopedias que los niños aprenden de memoria y por siempre. Y en los alrededores de las fábricas y capitolios donde unos se enriquecen y otros se pudren. Paz y poesía en los vacuos discursos de los que nunca callan y mienten con vulgares anáforas y pronuncian promesas menos creíbles cada día. Y en los grises vagones que bajan a la vida de millones de seres que no conocen más que el llanto y lo insalubre.

Paz y poesía en los caros altares de los patriarcas y en sus manos cargadas de oro y frenesí que distancia y destruye. En las flechas y el arco que aún siguen despoblando la foresta y horadando linajes. En los uniformes de los que están carentes de libertad y gesto y pan y lumbre. Paz y poesía para todos aquellos que, sin pasado, cruzan países y presente en busca de futuro. Para quienes aúllan sin cesar en una enfermedad hecha costumbre. Para los inquisidores y los gusanos y las manchadas manos del timador, el fratricida y el verdugo. Paz y poesía incluso hasta en los muertos y sus ojos hundidos y su aliento de azufre.

Poesía y paz desde este instante tan fugaz hasta la eternidad más infinita. Desde mis vastos deseos hasta vuestra unidad indisoluble. Desde que somos hasta que no estemos. Desde la lluvia hasta la fiebre. Desde los sentidos que nadie ha percibido. Poesía y paz para las semillas que todavía no se han creado y la soledad que nos aguarda y el árbol que aún no espurre.


Poesía. Paz y poesía para los salarios de los que no hecho más que herir desde un principio. Poesía y paz para el olor a cáncer y su sabor a herrumbre. Paz desde donde comienza la tierra y allá donde termina. Poesía en su vértigo y en todas sus fronteras. Poesía en las horas de espanto y del adiós. Paz en los itinerarios de los prófugos y las oscuras leguas que arrastran de techumbre. Poesía y paz en los polos opuestos y en las armas ocultas. Paz en las intenciones de cualquier corazón. Poesía en la réplica de todo el que pregunte.

(La Nueva España, 11-11-2015)

Otra vez octubre



(C) Aurelio González Ovies

Rima siempre en Cali, Colombia



A la pregunta ¿cómo enseñar poesía a los niños? que nos hicimos en Cali en una tarde como una sonrisa en septiembre 2015, dimos en la Biblioteca Departamental, muchas respuestas. Esta fue una de ellas, con el poema que Aurelio González Ovies nos envió desde Asturias para esa maravillosa ocasión colombiana en que bajo la gentil conducción de Julián Pérez Arias, fuimos VIAJEROS DE UN MISMO VERSO en el Primer Festival Internacional de Literatura OIGA MIRE LEA.
María García Esperón.

RIMA SIEMPRE

Hola, amigos míos,
grandes y pequeños,
vengo de un pueblo
muy lleno de versos.
Vengo de una aldea
donde todo rima
porque por el suelo
pasaba una mina.
Como una mina
es la poesía:
por debajo tiene
relleno de sílabas....
Los túneles riman
con los agujeros
y riman los cables
cuando sopla el viento.
Riman las cucharas
con los tenedores
y si tomas sopa
te sabe a colores.
Todo rima siempre
si lo miras bien,
riman los rieles
al pasar el tren.
Los pájaros riman
con la primavera
y la mermelada
es rima de pera.
Si tú te levantas
y bebes un zumo,
las naranjas riman
y te dan el jugo.
Lo mismo en Querétaro
que en este colegio
¿No ven cómo riman
paredes y techos?
Rima el pizarrón
si escribes con tiza
y por eso salen
palabras de harina.
La luz rima cuando
enciendes bombillas
y con cuatro patas
se rima una silla.
Los zapatos atan
rimas de cordones,
las camisas cierran
rimando botones.
Es muy necesario
que rimes el mundo
para que las cosas
tomen otro rumbo.
Los cristales riman
en una ventana
y por eso entran
rayos de mañana.
Los jardines riman
gracias a las flores
y los caramelos
con muchos sabores.
Cuando riman nubes
que no están contentas
caen chaparrones
y llueven tormentas.
Cuando uno está triste
y escribe una rima,
salen en sus labios
bombas de sonrisa.
Fíjense un día
en una lechuga,
verán cómo rima
con alguna oruga.
Fíjense un día
con mucha atención,
verán cómo riman
el pie y el balón.
Fíjense, en serio,
verán cómo riman
el olor a casa
y nuestras cocinas.
O en los espaguetis
todos enrollados:
son como si fueran
versos muy delgados.
Si el mundo no rima,
la tierra no gira
y habría que engrasarla
con betún de rima.
Si muere la rima
que tiene la tierra,
los hombres se enfadan
y suceden guerras.
Tienen que rimar,
rimar y rimar,
porque el amor
rima con la paz.
Rimar y rimar
derecha y revés
para que la vida
sea lo que no es.
Rimar y rimar
hasta ser mayores
y serán gigantes
nuestros corazones.
No lo olviden nunca:
todo es muy rimoso
y todo depende
sólo de nosotros.

(C) Aurelio González Ovies

Todo atrás


(C) Aurelio González Ovies

Días hermosos



DÍAS HERMOSOS

Todavía no sabíamos cuánto duele la vida. Eran días hermosos bajo la luz de agosto. Días largos, radiantes. Distintos, muy distintos. El prado de la fiesta era un gran espectáculo, mientras nuestros paisanos construían el palco y la barraca con toldos alquilados y troncos de eucalipto. El mundo debía de detenerse. Las casas relucían encaladas. Y por cualquier rincón se olía el olor entrañable de los guisos. Estruendo de la pólvora, música y altavoces, emoción y verano. El pueblo se llenaba de ruido y colorido. Banderines colgados de los postes y árboles, espadañas tiradas por el suelo, tendejones con mesas preparadas. Llegaban los parientes. Traían muchas cosas. Y dormían con nosotros nuestros primos.

Las primeras verbenas siempre eran un encuentro. (Es todo plenitud y regocijo: gente que no se ve desde hace tiempo, gente que apenas sale de su hacienda y su entorno. Hay mujeres que van con rulos en el pelo, hombres con la chaqueta en un hombro doblada. Hay ancianos que miran con mirada de adiós. Niños que corretean y se ríen y dan gritos. Hay petardos y luces, avellaneros, brisa y padres que saludan a sus críos risueños cada vez que da vuelta el tiovivo. Hay lanchitas y un blanco furgón del heladero. Y muchos portugueses con autocaravanas que venden caramelos, tabaco y revoltijos. 

Ropa nueva en la misa y procesión y cánticos. Y gaitas que amenizan el fragor del domingo. Hay tambores y sidra. Y bailes y tonadas. Y un billete en el bolso para comprar a gusto. Hoy es como si todo nos fuera permitido. Hay globos que se escapan, voladores que explotan. Y hay calor y barquillos. Y paquetes de chufas y relojes de plástico, caramelos de nata y de anís y ‘ronchitos’. Hay juegos anunciados para mañana, lunes: un concurso de tiro de cuerda, carrera de madreñas y sacos y borricos). 

Qué rápido pasaba. La mañana del martes era triste y callada. Desarmaban la tómbola y el tiro. Algún perro husmeaba la basura. Y nosotros sondeábamos la hierba en busca de monedas, perdigones o de objetos perdidos. Todo un año esperando que llegara otro año, y otro año más que ya había sucedido. No se entendía el silencio que quedaba en el aire. No parecían lo mismo ni el pueblo ni el maizal ni el cielo ni el camino. Todavía no sabíamos lo que nos aguardaba ni si la ausencia era recuerdo a cada instante o permanente olvido.

(C) Aurelio González Ovies

Nun mires más allá




Nin vellocinios hai, nin unicornios.
Nun busques más allá de lo que ves
delantre.
Nin príncipes qu'abracen el so palaciu
en ruines,
nin pegasos nin monstruos
nin sapos que despierten con dos palabres
máxiques.
Nun mires más allá de lo que ta
cegándote.
Too ta equí, nesta estaya la vida,
nesta ñube que cruza,
nesti sol que se tapa,
nesti yá, nesti agora.
Na ilusión d'esti instante.

Y más allá,
va ser siempre
o mui ceo o mui tarde.

Deudas



DEUDAS

Hoy advierto algo más de lo que soy. Gracias, palabra. Los versos me han sabido aleccionar. Me han enseñado el mundo de otra forma, más por dentro y más a fondo, como desde un pecho ajeno, como desde un altozano. Con poemas en mí, caminé de la mano de una luz incorpórea que iba poniendo nombres a las cosas. Desde la hermosa etapa en que me entusiasmaban las libélulas y los picos astutos de los grajos. Desde los días aquellos en que olían a membrillo las tardes de septiembre y me daban tristeza los ovillos de lana y las ventanas viejas. Gracias, verbo. La poesía entonces ya me estaba esperando.

Lo que soy se lo debo a este largo camino que parte de un domingo de febrero desde mil novecientos sesenta y cuatro. A un pueblo no muy grande –entonces paraíso de extensión infinita– con casas a ambos lados de una senda de barro y escombro pisoteado, varado en un costado del Cantábrico. Un pueblo: gallineros y huertos, paneras y chamizos, caserías y pomares, patatales y ristras, antojanas y aperos, corredores y ropa, nabina y perejil, maíz y espantapájaros.

Pero cuántas más deudas he de reconocer. Cuánto deben mis ojos a las olas y al viento y a la niebla encendida y al rumbo de los barcos. Cuánto me iluminaron aquellos labradores que guiaban el carro y me hablaban de lunas y menguantes y acertijos de álgebra. Suyos serán mis versos con más hierba. Suyos también serán los poemas más humanos. Cuánto debe mi voz a la voz de los otros, a los que nos contaban cómo habían cambiado los años y la vida, a los que hacían el pan y repartían pescado, a la humildad tremenda que sangraba en las grietas de sus rostros y manos.

Cuánto, palabra, cuánto. Cuánto de lo que soy –mineral, carne, orvallo– lo soy, pero lo debo. A aquellos marineros que surcaban la paz de la mañana cuando aún no habitaba la tierra más que el tiempo. Y a aquellas enlutadas figuras de paisaje que igual que tendían al verde que esparcían el guano. Cuánto soy de la mina y cuánto de la brea, cuánto de todos ellos. ¿Cuánto de mi mirada es heredad legítima? ¿Cuánto de lo que escribo se posa como el polen del árbol de mi origen y cuánto en realidad me brota a mí del alma?¿Y cuánto de mi canto da fe de lo que fueron o fe de lo que pasa? ¿Cuánto?

(C) Aurelio González Ovies

De amore



DE AMORE

Las naves del amor parten al alba. Cuando los corazones de los hombres están más cristalinos y no se escuchan más que el fragor de las olas y el tesón de los faros. Cuando aún no hay ni pájaros ni dolor a la vista. Parten con galeradas de mensajes bellísimos y atractivos volúmenes de entusiasmo y respeto. Lentas, custodiadas por sal y por gaviotas, avanzan hacia el amanecer del territorio humano. Y allí descargan júbilo y urgentes embalajes. La Humanidad está carente de verdad y de aliento.

En el amor yo advierto cómo saltan los corzos desde octubre a tus brazos. Cómo bajan los ríos a recorrer tu risa. Y todo lo posible levanta en ti su vuelo. Presiento cómo el bosque deshoja infinitud. Y el otoño abrillanta el eco de su púrpura. En el amor la vida es muy distinta. En todos los pasillos la libertad transcurre. En todos los espacios hay luz para el afecto. Los colores se asoman más que nunca. Aminora el temor y agigantan las fábulas. Surgen a cada paso pretensiones y metas. Rutas inacabables, impensables paisajes. Y todos los caminos nos allanan el suelo.

Hay tempestades en el amor. Borrascas necesarias, vendavales clementes. Y consecuentes lapsos de bonanza y silencio. Y estaciones sin nombre de tan indescriptibles. Y noches estrelladas con la tez más hermosa que pudiera mostrar el firmamento. Hay jornadas tan nítidas que se ve hasta el olvido; se perciben los huesos de la fugacidad. Y nos sentimos dioses; por un momento, vastos, con ardor de volcán, con anchura de mundo, con entidad de océano.

En el amor florecen la fiebre y la inconsciencia. Pero el tiempo acaece con premura distinta. Como siempre y en todo, con prontitud de vértigo. Y en un cerrar de ojos lo que era ya no es. Y en cada proceder nos devora lo efímero, nos oprime lo eterno. Son más breves las rosas. Es más alto el abismo. Nos hiere más la brisa que jamás pasará. Nos quema más la hondura de los versos. Y entendemos mejor la nada que nos urde. El amor tiene forma de palacio encendido y desprende un aroma de plenitud y fuego. Lo mejor es vivirlo intensamente entonces, cuando llega y se posa y nos deja rozarlo y construirle un nido y protegerlo. Lo peor es mirarlo, asumir su vejez, descubrirlo sin fuerzas, aceptar que es la hora, como siempre y en todo, de besarlo y perderlo.

(C) Aurelio González Ovies

Se necesita un ser: la poesía de Aurelio González Ovies en Foro Confabulario

Vengo del Norte


Poesía... eso que aprende el corazón, dijo Jacques Derrida. Y también dijo: "Yo soy un dictado, pronuncia la poesía, apréndeme par coeur [de memoria], vuelve a copiar, vela y vigílame, mírame, dictado, ante los ojos: banda de sonido, wake, estela de luz, fotografía de la fiesta de luto..." Los versos de Aurelio González Ovies no son pertenencia a los papeles, sino forma y contenido de la Memoria. Memoria... Mnemosyne... Canta, oh Musa y envuélvenos en el viento sagrado de tu voz, llévanos a tu libro, que es el Norte de los Nortes al vuelo de un solo segundo.



La magia surcó el espacio blanco habitado de azul y envuelto en un manto de lluvia del Foro Confabulario en San Juan del Río. Los versos de ese libro, Vengo del Norte, recorrieron a pie caminos que no se veían, pero que se sentían partir del mismo principio de eso que se llama corazón. El corazón de todos. Otra vez la tríada que se ha venido develando entre nosotros: VOZ PALABRA CORAZÓN.  Tríada que escapa a la voluntad, a la planeación y a la intemperie y que levantó sus alas en esa tarde lluviosa de la librería que cumple un año, un ciclo completo de siembra, de agricultura en los campos de la palabra. Era natural que la Poesía accediera a descender del Norte de los Nortes para convertir el lugar en un diamante o en un aleph, en una cueva del sagrado viento y en una Palabra fundadora. Mirada en la mirada, mano en la mano, los versos se dirigieron a cada persona y en nombre de todos los que recibieron esa luz, el padre de una niña de 12 años, al finalizar el tiempo del encuentro poético, agradeció con lágrimas en la voz y ojos temblorosos las palabras de Vengo del Norte que fueron dedicadas a su hija.

Ese círculo cesó y siguieron otros. La celebración de aniversarios rebosaba diversidad y voluntades. Y volvieron las letras del poeta asturiano en otro tono y para ese destinatario por el que todos trabajamos: el niño en el hombre. Los versos de Rima siempre, que hace 5 años fueran adaptados levemente para los niños de Querétaro fueron acompañados en vivo por ese Orfeo mexicano que es el pianista y compositor David García. Versos que con ligereza de ángel y en risueño tono tocan la esencia de los poético, la escritura misteriosa que urde el mundo en bellezas y sentidos





Pero Se necesita un ser... y esa necesidad del Verso que nos circunda nos enlazó casi al final de esas dos horas y media de palabra. Ya los policías del Programa de Lectura y Prevención del delito se habían comprometido, desde el día anterior, para unir muchas voces en una sola mirada y aprender para el corazón el poema Anuncio por Palabras, que también fue ofrendado a los asistentes confabulados en un único sentir de belleza, y que se vieron ocupados, como Elvira Velázquez, la directora fundadora de la librería, en el maravilloso ejercicio de calcular el radio de los besos...



¿Cuál es el alcance de esta irradiación poética bautizada de lluvia? ¿Será incalculable, tanto en el tiempo como en el espacio? El espacio y el tiempo que se levantaron esa noche de la poesía voz-palabra-corazón de Aurelio González Ovies nos protegerá por siempre del olvido y nos ha escrito también para siempre en las páginas que vienen del Norte.

Los poetas



LOS POETAS

Los poetas, si existen, conocen el pasado del agua y de la brisa. La premura de su naturaleza. Frecuentan el dolor y la esperanza. Los poetas, si pueden, sangran sobre las rosas. Hablan por las caléndulas y los albaricoques, transmiten su bondad, anuncian su grandeza. Invierten su silencio en la salud del cosmos, en buscar equilibrio entre el tiempo y la nada, entre el frío y la nieve. Ellos sufren en todo lo que late y respira. Sufren por la madera de las barcas que pudren y por la dura roca que perforan las máquinas. Por la fragancia a mayo y a madreselva. Comparten su tristeza con el trino del alba y el camachuelo, transfieren su belleza a la inexactitud de la palabra. Ellos son los que impiden el olvido y el nunca y las noches perpetuas.

Buscan en todas partes las huellas de la luz y en todas partes plantan una estrella. Preservan lo que aún queda de nosotros, del pájaro y la lluvia. Contradicen el humo y sospechan las fechas de la fugacidad. Por eso escriben con voz de vértigo. Por eso miran con mirada herida y en la bonanza no se enaltecen. Por eso añoran instantes idos y cifran en el pasado su total permanencia.

Los poetas, sin duda, no pactan con el mundo ni con los comandantes. Ni con las devociones y sus falsas sirenas. Huyen de los corrillos y los aplausos. Se sienten menos solos en soledad, se apartan del fervor y la simpleza. Cantan sobre su abismo el inmenso abandono de los seres humanos e insinúan plegarias firmes como la roca, efectivas y eternas. Registran las ausencias y los aconteceres. Asumen lo que ven y le dan nombre. Prevén lo que será y le ponen letra. Sólo ellos suponen los sueños de los árboles y el sabor de la sombra y el cansancio del sur y las veletas.

Persiguen las imágenes, que apenas se mantienen, la verdad que se esconde detrás de cada espacio, la pasión que germina dentro de cada gesto de la tierra. Comprenden el asombro y propagan sus símbolos, dispersan sus vilanos. Aman la distorsión y la extrañeza. Procuran cercanía sin proximidad, confianza y cariño no en exceso; y pretenden el bien sin beneficio. Y quisieran que nada vedara libertad, que nada envenenara, que nada entorpeciera. Que nadie fuera un poco más que nadie. Que nadie defraudara. No saben de negocios ni de timos. No son conscientes nunca del precio, la casta o la ralea.

(C) Aurelio González Ovies
La Nueva España

Para María García Esperón




PARA MARÍA GARCÍA ESPERÓN. MADRID, 19-5-2015

Aurelio González Ovies

A María le debe la Antigüedad un mito,
una ensenada próxima a la palabra tiempo
y el laurel más frondoso del silencio de Ítaca.

De María fabrican en Fenicia fragancias
y le han puesto su acento a los mejores vinos.

A María le ofrendan las estatuas su estima
y, al escucharla, forman un esplendente séquito
por su cadencia urdida con vocales marinas
y tinte del instante más puro y más intenso.

Por su voz invasiva como un bancal de niebla.
Por su arraigo de olivo en las antiguas fábulas.
Por su pasión tan cóncava como un palacio inmenso.

A María le debe Virgilio unas proezas. Y Roma unas lucernas
y unos mansos corceles
y Alejandría epítomes donde prendan papiros en la humedad
del verso. Y Tiro velos tenues tejidos con la estela
de trirremes y naves. Y Micenas dos tardes de siroco y crepúsculo
por los brazos de Homero.

A María le gustan las diosas que se peinan en el humano espejo
de la aurora
y añoran la textura del agua y la resina.
Las diosas que recuerdan su casa y su pasado,
sus ocas vivarachas, sus matas de romero
y el retorno tranquilo de los bueyes rendidos
y el olor de los lienzos batidos por la brisa
y el romper de las olas sobre las escarpadas riberas de Cartago
y las manos de un padre veraz y consejero.

Le entusiasman las diosas que piensan con temor la muerte inexorable
de sus seres amados
y ambicionan la púrpura de los días comunes,
los almuerzos que bullen en las humildes redes,
los hermanos que aguardan con el pan en la mesa.
Diosas desengañadas, anónimas y esbeltas como el ciprés de Jonia.
Diosas de carne y hueso.

A María le hechizan los dioses que sonríen y sueñan con sembrados
de paz y espantapájaros, con los antepasados
que les forjan sandalias bajo una higuera anchísima,
y los fieles muchachos con los que recorrieron su infancia
luminosa.
Los dioses que aún lloran, sin pudor ni desmérito, al mirar las estrellas
bajo una noche vasta
de verano y chicharras
y se encuentran tan solos que darían su reino a cambio de un abrazo
o de una hora de vida verdadera.
Los dioses que quisieran asomarse a los puertos y empaparse en la plata
de los peces muy frescos.
Los dioses que a menudo, sin reverencia alguna, visitan las tabernas
y narran su rutina sobre un mármol tallado o el hombro de un paisano
con quien toman un trago.

Le atraen las heroínas que caminan descalzas y sienten en sus pies
el calor de la arena que pisa el pescador o la esposa bendita
que recolecta algas y finas caracolas. Las que tatúan su carne
la efusión que lleva
a cruzar los océanos por el amor de un día y un tacto para siempre.

A ella le fascinan los héroes que pierden un feudo y una gloria
para ganar un beso.
Las verdades perpetuas, los épicos mensajes
de un hexámetro en flor;
le inflaman los dialectos que desprenden salud,
los príncipes que vuelven a su pueblo y su ayas.

(Por todo ello, María, gracias desde los clásicos
y desde aquí y ahora.
Gracias por acercarnos a estos mapas lejanos
y a estos nombres tenaces.
Gracias porque ellos viven
a través de tus cantos y de tus letanías
y de estar menos muertos).


Vengo del Norte en Santa Marina de los Cuclillos


Pablo Álvarez coordina un entrañable taller recital sobre Vengo del Norte, de Aurelio González Ovies, en Santa Marina de los Cuclillos, parroquia del Concejo de Sieros, Asturias.

El 25 de mayo de 2015 en un enorme regalo de la vida, pude asistir al Taller Recital que Pablo Álvarez venía preparando en la hermosa comunidad de Santa Marina de los Cuclillos, con un grupo de personas entregadas a la poesía y a la magia que desprendieron los versos y la persona de Aurelio González Ovies.

Quienes conocen personalmente al poeta ya saben que es todo sencillez y humanidad. En esa ocasión cada objeto y cada gesto, cada persona desprendía una fragancia de verdad, cada palabra era Evangelio y tanta sinceridad componía un bello poema humano que era el espejo de ese Vengo del Norte, libro precioso nacido de la vida y devuelto a ella esa tarde mágica.

Hay algo aquí parecido al olor del infinito, que es uno de los versos del poema, era ahí también un olor de Eternidad, de tiempo original, ascendente, bautismo, comunión, sacramento, vida. Todos lo sentimos, cada quien desde su momento y desde su mundo interior. Era un don, un don del Tiempo o del Destino o de la Palabra y conversaban como si tal cosa, con Aurelio, que también habían masticado la cal de las paredes y visto estrellas de carburo en el alumbrado rural y el sentido que hay en todo y que está deletreado -lo sé, lo juro- en ese Vengo del Norte sembrado de bellezas, de seres humanos, de  tierra y trascendencia, de exilio y bondad, nostalgia y camino.

Algunas personas encuentran en determinado libro una vivencia de eternidad. Abro las páginas de Vengo del Norte en cualquier formato y se encienden todas las estrellas del firmamento del alma. Ver el libro en su edición primera y única sobre esa mesa cubierta con un mantel a cuadros, rodeada de personas de rostro verdadero, sin artificios ni poses literarias, con Pablo redondeando las sesiones previas que había tenido con ellas, el mismo Aurelio tan grande en su humildad como siempre... que esa escena ya es también para mí página de este libro infinito con todas sus estrellas encendidas. Yo estaba literalmente encantada, pensando que esa página era la del primer segundo de la eternidad, como el monje de la leyenda que escuchó cantar a un ave y vivió mil años felices en un instante tan solo.

Compartimos además una merienda deliciosa, fluyó la sidra, y una señora que en realidad era un hada confeccionó unas deliciosas galletas con las letras de Vengo del Norte. Otros seres mágicos había, poseedores de un tiempo interior diferente, que Aurelio entiende bien, siendo uno de ellos su maestra. Y presencias invisibles, cuyo aliento y amor podían sentirse en esa tarde asturiana donde la Palabra del más grande de los poetas nos entregó, breve luz para siempre, la vida verdadera.

(María García Esperón)



















Sólo lo fugaz permanece

Desde mi corazón

Falsa perspectiva

De nuevo, Penélope



DE NUEVO, PENÉLOPE

(A la mujer que habita en un banco de Pumarín, en Oviedo)

Espera desde hace meses en La Plaza de la Once. Lleva dos grandes maletas y un paraguas y un sombrero. Lleva lentes y un abrigo. Lleva una mirada triste, como muy sola y cansada. Botas blancas y tejanos y una trenza recogida por la tela de un pañuelo. Cuando el sol calienta mucho se recuesta en una almohada, sobre el césped del parterre, a la sombra de un morero.

Espera como quien sabe que nunca pasará nada. Como quien tan solo espera por agotar la rutina de tantos días enteros. Espera desde temprano y se pasa las mañanas reclinada sobre un brazo, en detenido silencio. Bebe unos sorbos de agua. Observa. Ve cómo vamos, venimos; ve la prisa que nos ata nada más amanecemos. Cambia de banco, coloca las maletas y el paraguas. Come con desgana y echa trocitos a las palomas. Y dice adiós a los niños. Y saluda al barrendero.

La gente observa extrañada. ¿Quién será, de dónde viene? ¿A quién aguarda tan tardo? ¿Qué busca con tanto empeño? Nadie se acerca y pregunta si está bien o necesita que le echemos una mano. Nadie conoce su historia, ni su cómo y hasta cuándo. Quizá sepa de nosotros más de lo que nos creemos. Porque lleva ya dos meses sin moverse, allí, observando cómo cruzamos jornadas, cómo pasamos la vida cual autómatas auténticos.

Habla inglés. Me han comentado que es educada y cortés. Al parecer, sueña con ser algún día presidenta en Reino Unido. Y mientras tanto ahí está, con su pose y su sombrero. Con su equipaje y gabán. A la espera, en su mudez. Pide una casa y calor y un trabajo, si es posible, que es lo que en este país, tan avanzado y flamante, no tenemos.

Aurelio González Ovies
13 de agosto 2014
Cartas al Director
La Nueva España
 

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