Por los libros de los libros


Para que siempre queden páginas inéditas, espacios en la naturaleza, distritos en el paisaje donde enclavar un verso o anillar una sílaba. Para que nunca falten secretos que bruñir en los lomos del agua ni grana que esparcir en los extensos ámbitos de las ficciones. Y sigan propagándose el olor a guitarra y las llamas romances en las noches de Lorca. Y crucen por los puentes del viento los oscuros relinchos delatores de Perse. Por las cítaras rústicas y los cantos labriegos. Por Virgilio y sus armas y fragantes hexámetros, como tierra rojiza donde crece la salvia.

Por la longevidad de aquellos que decoran la piel de las serpientes y trazan geometrías en la fosforescencia de orugas y de pétalos. Por la lavanda, agradecida todavía al sol y a las tardes de estío. Por los ecos del mundo y de todos sus pájaros cuando el silencio reina en las mañanas vírgenes de los meses de marzo. Por las sombrías pérgolas bajo la Antigüedad, en las que aún se escuchan las puntadas broncíneas de Penélope. Por el amor que arriba, trazado a mano, en naves y gabarras, para todos los que odian, de costa a costa. Por Gloria y Gamoneda.

Para que se confundan los sueños más sublimes con la realidad brutal de algunos días y no se sientan más los lamentos frecuentes ni las súplicas roncas del atropello. Para que manen fuentes allí donde las grietas parecen ya un reflejo del alto cielo y germine la mies con la facilidad de las telúricas exactitudes de Claudio. Y trepen tu sonrisa y mi enajenamiento por las alineadas alamedas que suben a Machado. Por los que han partido sin decir la caricia más atesorada para el último instante.

Por el corazón de Mestre y sus antífonas de salud en rama. Por las esquilas que aún rompen la calma de Orihuela y los secos graznidos de dos cuervos posados en este alejandrino. Por Pizarnik y Safo y las islas en las que desterramos el incapacidad y el intimismo. Por nosotros, inocentes criaturas expuestas al dolor más profundo y a la mínima herida del aire o de la mano de nuestros semejantes. Por el orbe infinito. Por su misericordia. Por Javier Sicilia, para que nunca callen su rabia ni su ímpetu, para que no enmudezcan de pena sus metáforas, pero siempre con gesto de códice o poema. Por los libros de los libros. Siempre.

Sólo tú sabes


Sólo tú sabes
lo que no escribo
cuando me encuentro solo
y te miro
y tu pelo se desborda como una cifra
de nieve.
Nadie descubrirá ese poema
entre los libros
que hablan nada más que de ti
en un idioma en blanco.


Nunca tengas prisa



Nunca tengas prisa
ni para una risa.
Nunca te aceleres
por ser lo que no eres.
Nunca te apresures
si bajas o subes.
Nunca le hagas daño
al poco tamaño.
Guarda siempre un sueño
aunque sea pequeño.
Todo lo consigues
si sigues y sigues.
Todo lo serás
con sólo esperar.
Llegarás muy alto
con pequeños saltos.
Y el tamaño es nada:
está en tu mirada.
Y un sueño es muy guay:
da lo que no hay.
Nunca tengas prisa.
Las cosas hermosas
son muy despaciosas.


La luz no entenderá


La luz no entenderá jamás
tu forma de tocarme
ni podrá descifrar quién dicta,
desde detrás de tus dedos,
esa lentitud de caricia
con que consigues separarme del cuerpo.


Apuntes


Todo lo que escribo nace y crece de mis inseguridades y desemboca en los dominios de otras incertidumbres. Todo lo que escribo limita, al norte, con mis deseos; al sur, con mis pesares; al este con lo que nunca seré; al oeste con los que están y estuvieron, mas no estarán conmigo. Lo cierto es que no tengo claro si vivimos nada más que para recordar o si, obstinados, recordamos porque no vivimos del todo, porque existimos a medias. No soy capaz de descifrar cuánta extensión de mí quedaría flotando en el presente si me arrancaran la memoria, qué proporción le debo a la esperanza, qué gracias a lo sufrido, cómo reconocerme si no echara de menos, a quién añoraría sin antes haber amado.

Escribo para enfrentarme al rápido mundo que no acepto ni me admite, al mundo que da vueltas y como el hombre tropieza y se destroza, una y mil veces, sobre la misma tierra; para abrirme en palabra, desgajarme, y encerrarme, en soledad, en algún libro, sobre una cómplice página. Para volver a lo imposible y aspirar su perfume y sentarme un momento frente a la misma mar de todos los veranos y llamarme a lo lejos y acercarme a mí mismo y sonreír de nuevo al tocar en mi carne la pureza. Para subir al humo y asumir la ceniza.

Porque nada se olvida para siempre, nada nos muere definitivamente salvo el cuerpo y la belleza, la juventud y su brillo. Porque necesitamos otra realidad, con más fondo y menos superficie, con más apego y menos odio, con menos de más. Porque hay días en que miro con más exactitud, quizás con más tristeza, las cosas, los objetos, y descubro en sus formas desconocidos túneles como de transparencia. Porque quisiera ser y formar parte del verde de los árboles, del fulgor de una estrella, del vacío del eco, de la humedad del agua. Ser y estar en la humildad de una baya, de un pétalo, de un junco entre los juncos, a la orilla de un río.

Escribo, como quien colecciona insectos muy brillantes, para poder guardar bajo alfileres instantes muy precisos, emociones intensas, aromas, fechas, gestos y solsticios. Para sobrevolar, de cuando en cuando, por queridos paisajes donde, a no ser desde el verso y su estatura, sólo crecen heridas, sólo gruñe el silencio, sólo atajos cubiertos de ramaje y espinos. Para esclarecer de dónde vengo, qué ceguera me obliga a dar la espalda a quien me espera, qué luz me aprisiona y me inmoviliza donde jamás, por mí, me hubiera detenido.

Porque, paradójicamente, me atraen los secretos de la sinceridad, me imanta la hondura de lo aparente, el más allá de lo imprevisible. Porque sé que son muchos los que piensan que un poema no vale para nada, pero un universo sin poemas, sin sentimientos que no sirven para nada, ya no sería un universo porque todo sería útil para algo, más lucrativo y nosotros aún más cicateros y mezquinos. Porque me siento a salvo cuando anudo mensajes y ahogo mis desesperos, mis deudas y mis gritos.

Escribo para asegurarme un hilo al que agarrarme en estaciones débiles y colgarme la fe como un escapulario. Para erguir una torre con los nombres que son imprescindibles, por más que en ella sólo aniden las cigüeñas. Para saborear, de tarde en tarde, los inmediatos números de antiguos almanaques, la dulzura de meses caducados, los labios que he rozado, los frutos que he vivido. Para convocar circunstancias eternamente pendientes, nubes perpetuas. Para acceder al Dios que yo sospecho, esdrújulo y sonoro. Para internarme en lo infeliz y resurgir con gozo, más entusiasta y semivivo.

Escribo porque preciso soñar por los sueños de los sueños; porque me obligo a ascender a todas las latitudes; porque me exijo seguir por diferentes caminos. Porque me reconvierto, me venzo, me sumerjo en lo opuesto, me aparto de mis pasos, examino las huellas y concluyo: cuando ya no soy nadie, soy lo que escribo. Cuando apenas existo, existo porque escribo. Cuando advierto cadenas, voy libre porque escribo. Cuando presiento muerte, escribo y sigo vivo. Acaso por consuelo, pudiera, quién lo sabe, ser puro egocentrismo.
(La Nueva España, 9-4-2008)

(C) Aurelio González Ovies
Voces: Alejandra Moglia y María García Esperón
Música: Ludovico Einaudi
MMXI
 

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