Versos por siempre


Aurelio González Ovies Versos de oro para la orientación de tu mirada y las palabras que nunca más se digan. Para los adversarios de la desilusión. El mundo está vacío sin poemas que canten la verdad y el misterio de estar vivos aquí, sobre la tierra. Versos que nos mantengan aún con el deseo de amanecer a diario y abrir, de par en par, la vida. Que salvaguarden la blandura del pan y el linaje esponjoso de las frutas. Y oculten el aroma de los días de frío junto al fuego. Y nos hagan seguir, muy pese a todo, en pos de la armonía y la belleza.

Versos que actualicen la pena de quien incide en crímenes y oscurezcan sus noches más que la soledad y la tristeza. Más que la desazón y la tortura. Más que la enfermedad y el infortunio. Que filtren en su carne como un tatuaje atroz de maldición rotunda y le pudran la sangre y le roan la lengua. Poemas que nos cambien de pronto, por completo, que nos vuelquen el corazón y rompan definitivamente las torpes ataduras que nos prenden. Que nos cieguen los ojos con luz desprevenida y amor en hebra.

Versos que permanezcan hasta la última rama de la genealogía, mientras que exista un pájaro, un águila, una estrella. Y prolonguen el brillo de nuestra brevedad, los frágiles vestigios de la ralea humana. Y expliquen el por qué de nuestra condición y nuestra decadencia. El por qué de lo que somos y de lo que nos une. Que sean testimonio de lo que no supimos amar como debiéramos. De lo que no quisimos honrar como podíamos. De cuanto no entendimos ni miramos tan solo. Poemas donde se oiga cómo afloran las fuentes. Cómo acuden puntuales los ocasos. Cómo abre sus pétalos el sol de primavera.

Poemas desde hoy hasta la libertad. Mensajes que esparzan como una bruma dócil la manida esperanza, necesaria esperanza de integridad y épocas, de proyectos y rutas que generen resuello y lucidez y júbilo. Vocablos nuevos, tentadores y ardientes, capaces y certeros. Ajenos a las riendas del poder y a las falsas promesas. Poemas que apetezcan como un abrazo hondo, como un cuerpo muy joven, como un susurro grato, como un soplo de aire, como agua muy fresca. Versos que nos inquieten y nos derrumben, que nos ensueñen como nanas de antaño, como lugares gratos, como lustros muy prósperos, como voces abuelas.

(La Nueva España, 27 de noviembre de 2013)

Se queda el alma



Hoy hace años sobre ti la tierra.
Casi tendrás la voz
acostumbrada
al lenguaje vivaz de las raíces,
casi serás ahora un campesino,
porque seguramente te estaba reservada
una finca pequeña con árboles frutales
y una presa y un tordo.
Cada mañana irás, feliz y campechano,
a limpiar la maleza a tus viveros
y cada tarde, solo,
leerás a la sombra un poco de tu Homero.
Enseña a hablar en griego a los difuntos,
diles cómo decían los dioses padre, beber agua,
o cosechar el instante,
cómo cantaba el hombre la vida pasa.
Muéstranos a tu manera
-te entenderemos-
en qué aldea cultivas de la muerte,
por si alguno se fuera de nosotros que te llevara
unos sanjuanes, la tabla de mareas
y unos jilgueros.

Hoy hace peso sobre ti la tierra,
pero nadie mejor que tú para saber
que si se muere el cuerpo se queda el alma.

(A Cristóbal Rodríguez, in memoriam)

Versonajes: Palabra de vida



La ausencia, la muerte, la diferencia, la pobreza. El hambre y la sed. La nostalgia...

Solo los grandes poetas convierten las humanas heridas en oportunidades de belleza. No hay un verso de Aurelio González Ovies que no sea un manantial de sentido. El lenguaje le entrega sus dones y con esa vara mágica de la sencillez y la hondura que le es inherente, honda y sencillamente, convierte a sus lectores a una nueva vida. Vida en la palabra.

En Aurelio todas las palabras están vivas y se abren paso hacia los seres porque el ser entero queda guarecido en esos versos de luz y de horizonte que se antojan infinitos. Al amor de su mirada poética las penas del hombre se enaltecen y en esa su habla del jardín original las fuentes no dejan de manar claridades.

En Aurelio todas las criaturas caminan hacia su significación trascendente, a su lugar necesario en el mundo, a su eternidad. Y ya no son personajes, sino versonajes. Su decir, su hacer, su equivocar, su desaparecer, su llorar... son nombrados de tal manera, de tal manera bella son escritos, que el mundo dorado de la fábula nos amanece de golpe, en nuestro propio barrio y en nuestra misma calle.

La cotidianeidad se ilumina. Se rompe la monotonía. Hablan los pájaros y hablan poesía. El poeta le da la vuelta a la llave del lenguaje y con un signo de puntuación devela el ser profundo de las cosas: Si hace semanas/ que no sueña nada/ habla seriamente/ con las almo-hadas... Todo vuelve a estar lleno de dioses en la escritura de Aurelio González Ovies y el mundo vuelve a nacer bautizado de Palabra. Nuestros muertos, las sombras queridas, pueden asomarse a nuestra dimensión a través de las ventanas que dibuja el poeta y acontecer como una caricia en los delicados versos: Aunque no vuelvas/ ya descubrí / que algunas flores / huelen a ti.

Versonajes es un libro para niños ilustrado con mucha sensibilidad por Ester Sánchez. Su puntillismo sale al encuentro de las palabras y deviene por sí mismo en alfabeto. Elocuente de tonos suaves fluye al ritmo del verso y logra una metáfora visual del silencio que es la condición previa para que acontezca la poesía.

Un clima es creado en las páginas y el lector adulto de este libro para niños se verá inmerso en un ambiente de iniciación y maravilla, se verá reflejado en el manantial de su origen, devuelto al mundo ilusionado en el que el alma bebe de su misma y clara sed.

Encontrará que, aun hablando de la muerte, la de Aurelio González Ovies es, muy honda y muy sencilla, una palabra de vida.

María García Esperón


Versonajes
Aurelio González Ovies
Ilustraciones: Ester Sánchez
Pintar-Pintar. Asturias. 2013

Noche en Delfos




 Desde Delfos veíamos

la bahía de Itea.

Yo sentía las naves

atracar silenciosas.

Tú recitabas versos

del poeta de Paros.

La luna iluminaba

tu perfil hermosísimo.

Cenamos frescos peces

bajo la espesa parra.

Y esa noche bailamos

sirtakis muy antiguos

con amor en los brazos.

(Para I. R. de A.)


(C) Aurelio González Ovies
Tardes de cal viva y brea



Albacea de nosotros


Cuando la primavera no pueda volver ya, que alguien grite cómo eran estos campos a mediados de marzo, cuando el sol se apasiona y en la luz se desgrana un estremecimiento parecido al amor y sus deseos. Que alguien lea en voz alta el gozo de los pájaros al despertar el día y disperse los nombres de los frutos primeros. Que alguien pose la púrpura del pruno y los cerezos en las formas del aire y declame el aroma de la paz que el manzano encomienda a sus flores. Que se escuchen el oro y la fosforescencia de las prímulas nuevas y en los caminos vibren ecos del labrantío y del estiércol.


Que alguien lleve alegría a los condados cuando no sea posible que broten los sanjuanes, el laurel y el saúco; cuando sea impensable que aniden los jilgueros. Y escriba el centelleo del agua que desciende de las cumbres nevadas todavía. Y divulgue el chasquido del espino bajo el calor intenso. Que no dejen de oírse las verdades que ahora enuncian los pinares ni las vastas metáforas de la mar desbocada. Ni el horizonte tímido, con su idioma quimérico. Ni callen los galopes del nordeste intranquilo ni el alto pentagrama de las aves que vuelan, exhaustas, desde Túnez. Ni el rebaño lozano que pasta el césped tierno.


Cuando no nazcan rosas porque ha muerto la estirpe de las rosas que no falten adverbios encarnados que testimonien siempre su prestancia. No se ausenten del todo ni el alivio del lirio ni el cardo solitario ni el mentol del romero. Ni las inestimables miniaturas que puntean la belleza: la violeta, el hisopo, las malvas, las espuelas, el llantén, las verónicas, el trébol y el eléboro. Que algún propagador se pronuncie albacea de la serenidad de aquellas tardes de grillos pertinaces y cielo inmenso. Y pueda referir la miel que aún respiro cada vez que lo evoco y lo siento tan lejos.


Que insista siempre alguien, que alguien preconice el esplendor ingente que iluminó estos siglos, que reincida alguien en tanta perfección, en tan gran libertad y en tanto menosprecio. Que no se hunda el firme de tanta exactitud, que no desaparezcan los atlas de la niebla ni el nácar del rocío ni el clima saludable ni sus muchos linderos. Que exalten la pureza de lo que no intentamos mirar con obediencia, de lo que no quisimos querer con lealtad, de lo que no supimos respetar con respeto.


(La Nueva España, 16-3-2013)

Nadie responde

 

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