Dictamen de los Años


Los años me lo dictan. Los días me lo enseñan: no busques más allá. Todo está en este ahora. En esta breve estancia que va de ti hasta mí. En esta circunstancia que tal vez ni transcienda. En la gente que está, siempre más siempre, siempre. Aunque no los abraces, aunque no sean de cerca. En los seres que son, por encima de todo, no por ser como quieres, sino porque ellos son como quieren y gustan, te agrade o perjudique, te incomode o te hiera. Mas son así y son ellos, los que nunca te buscan cuando te necesitan. No aquellos que te añoran tan solo cuando ven que faltas o te alejas.
Todo está aquí y ahora. En la luz que ilumina los instantes difíciles. En las manos que saben que tus manos no aprietan. En la voz que presiente que tu voz ya no habla con aplomo y hondura. Que tus ojos no miran con igual perspectiva. Que tu realidad se estanca y ya no sueña. Ese es el equipaje para cualquier camino. Esa es la compañía para todo el trayecto. Ese es el mejor séquito para la vida entera. Los que intuyen el aspa de un leve movimiento. Los que nunca preguntan cuánto te has confundido. Los que en noches cerradas te perciben a tientas. Los que extienden los brazos cuando aún queda mucho por recibir o dar. Los constantes, amigos. Los que estuvieron, sí, pese a distancia y frío, pese a tiempo y penurias, pese a bruma e inclemencias.
Aquí y ahora, todo. Ahora, como esa luz tan frágil que nos cierra la tarde o agrieta la mañana. Como cuando tú lees lo que yo escribo, que es pura coincidencia. Como estos pasajeros estorninos que cruzan el cielo de febrero o esta nube que anuncia la lluvia repentina. Aquí, con esta sensación de perdurar tan poco. Bajo este cielo anclado con vistas a la tierra. Muy cerca del destino a cada paso dado. Muy al norte del sur de las estrellas.
Los días me lo anuncian. Los años me lo enseñan. Es demasiado tarde para volver atrás y no alcanzar más que sombras de sombras. Tarde para perder un hueco en la ocasión que acude, instante a instante, y encaramarse al carrusel del mundo. Y tarde, casi, incluso, para no proceder con mesura y firmeza. Tarde como cualquier indecisión u olvido. Muy tarde para siempre, como cualquier irreparable pérdida.

(La Nueva España, 15-02-2017)

La palabra viva de Aurelio González Ovies




En los Encuentros Poéticos del Antiguo Instituto en Gijón, Francisco Álvarez Velasco presentó a Aurelio González Ovies el 10 de febrero de 2017. Se contó con la participación musical de Dani García de la Cuesta.
Poesía desde el Norte se llamó esta oportunidad extraordinaria en que, para empezar, Paco Álvarez Velasco emocionó a los 150 asistentes con un sentido retrato, paseo poético en el que conjugó la más entrañable literatura española en tiempo de Aurelio: sencillez, humanidad y belleza.
Posteriormente el poeta hizo una recorrido por toda su obra, comenzando por lo que él designa el paraíso, los poemas de juventud de La hora de las gaviotas, los eternamente jóvenes de Nada; ofreció su poesía para niños, también poesía sin edad, la indagación en la naturaleza humana y el sentido del hombre en la tierra en Tierra de nada, el hontanar de la lengua asturiana en Ubi sum, poemas inéditos de su última producción y en voz de Francisco Álvarez Velasco el primer poema de Vengo del Norte. Porque nunca es puntual el tiempo para dejarnos solos, Aurelio dejó una esperanza infinita en el último poema que leyó, que bien se duele, pero mejor espera:

Dejo encendida, siempre, la luz por si volvieras 
y una llave detrás de las macetas.

Gracias a Angélica Menzinger, que formó parte de esa asistencia emocionada en el Antiguo Instituto, nos ha llegado a esta orilla el recital Poesía desde el Norte. En estos días que corren y en todos los días, la obra del poeta asturiano es ese lugar en el que todos podemos reconocernos y comunicarnos, hacer la paz y romper los nombres, beber agua fresca del manantial de la Palabra. La Palabra siempre viva de Aurelio González Ovies.
 

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