Lluvia de abril


Ya he sentido más veces
este instante preciso. De repente,
a pesar de este dolor tan grande,
los nombres que me faltan, otras
ausencias y algo de amargor
en mi vida,
me percibo feliz. Un sentimiento extraño
como de agua de lluvia
se desliza y me cala.

Necesitamos libros como agua



Libros hermosos, con desinencias y trayectos hacia reinos deliciosos; donde nos espere lo que no sucede a tiempo o lo que termina de forma irremediable. Libros tránsito para enseñar a morir de otras muertes y aprender vidas inconcebibles. Libros con la misma y única maquinaria del corazón, perfecta y quebradiza.   

Libros como agua, indispensables para la sed humana. Cálidos, como el vaho de los animales en las cuadras; inolvidables como la primera vez de cualquier vez primera. Libros para una segunda oportunidad y para una despedida que no tuvo lugar. Libros con bifurcaciones e indicadores de lo inverosímil. Por donde podamos desfilar hasta abrazar los brazos abiertos de los antepasados. Libros inamovibles y horizontales como la compostura de los difuntos. Invadidos de ahogo como una boca colmada de terreno. Sinónimos de la locura y sus extravagancias clarividentes.

Dementes libros bondadosos, al fondo del fondo, donde arde la tenue vela de la verdad.

 Libros como desiertos que nos cieguen con borrascas de arena. Libros con arresto y brújulas para saber a qué distancia aproximarnos en los turnos de desamparo; con provincias y parajes y el solo soplo de la brisa y la flor que deshoja de los manzanos. Libros intransigentes, con la virtud de los vicios, contrarios a toda sustancia; poemas adictos a espirales de encabalgamientos indómitos; poemas encabalgados desde aquí abajo, donde se acaba el universo, hasta el allá, en ciernes, donde comienza la cordura.

 Libros.
 Con el desenlace de lo que nunca sería del todo.


Amar los Libros. Una infancia necesaria
Conferencia pronunciada en el XVI Simposio de la Asociación de profesores de español Gerardo Diego. 
Santander. 18 de octubre de 2008.
Fuente: Federación de Asociaciones de Profesores de Español

Necesitamos libros plagados de verano



   Libros plagados de verano y frescura de higueras; desde donde vuelen los gansos y emigren los hipérbaton; libros ilegítimos, de mayúsculas insolentes y transgresoras; terminantes libros escarpados, creados para precipitarse al vacío desde su intensidad.
   Libros escritos desde la lluvia, encuadernados con río, traducidos en azul y al viento, rubricados por la extrañeza y sus impactos.
   Libros para los arroyos de la ternura. Para dragar los estanques de la historia y derribar sus ancestrales estatuas de cántaros y caños de sangre.
   Libros abrevadero en los que la armonía gotee y en sus ondas se vean reflejadas las bestias como un remordimiento y se espanten y huyan a decapitarse en un índice.
   Libros donde el sol mantenga su propio horario y el laurel arome las metáforas. Donde el idioma prenda y ocasione vocablos asombrosos, esbeltos como cipreses.
   Libros de amor en rama, con el éxtasis de un instante y su presencia eterna; libros silvestres, afrutados, con miel adjetival y amargas bayas de suicidio. Libros para que jamás se haga jamás; que nos devuelvan lo que ignoramos.
   Para arder en deseos y anhelar entrar en quienes sienten como nosotros, quienes parecen un espejo de nosotros. Donde volvamos a nacer al pronunciar un enunciado inexistente. Libros con patios a la literatura y a sus pérgolas de sintaxis envejecida.


Amar los Libros. Una infancia necesaria
Conferencia pronunciada en el XVI Simposio de la Asociación de profesores de español Gerardo Diego. 
Santander. 18 de octubre de 2008.
Fuente: Federación de Asociaciones de Profesores de Español

Necesitamos libros para enamorar...


  Necesitamos libros: libros para enamorar hasta lo eterno las manos que los abren; libros donde lo peor nunca esté por llegar; libros para que el mundo no siga en esta línea, para que la enredadera de la voz trepe sin tregua por la espalda de una página; para que no se apaguen del todo los sueños ni la delación; para que no se extingan por completo el eco ni la noche; para que permanezcan los débiles tendidos de la comunicación.
  Libros en heredad, donde la tierra preserve un párrafo que dé a la mar, desde donde esparcir sus cenizas y nuestros restos. Libros donde el error y la sinrazón irradien en los embalses de la memoria como una cima majestuosa.
  Libros para que los jóvenes y el mañana imaginen el oro en la luz de una mirada; y sepan dónde encontrarse con el acierto, cuándo coincidir en la impuntualidad; cómo decir lo que jamás se habla, cómo expresar lo que se callaría definitivamente.
  Libros donde un tirano se arrepiente sobre el borrado boceto de una rosa y llora por los siglos de los siglos. Libros para reverdecer, para no impedir que los caballos de la libertad relinchen y galopen entre la grama y la pradería de un verso; ni que el pájaro carpintero taladre por abril los troncos infinitos del lenguaje. Para que las orugas absorban fosforescencia en sílabas medicinales; y los gatos maúllen sobre las chimeneas de oraciones en luna llena. Libros en los que los grillos puedan resguardar sus recónditas cuevas; y la naturaleza incubar sus ciclos transitivos.


Amar los Libros. Una infancia necesaria
Conferencia pronunciada en el XVI Simposio de la Asociación de profesores de español Gerardo Diego. Santander. 18 de octubre de 2008.
Fuente: Federación de Asociaciones de Profesores de Español

La Palabra de Aurelio González Ovies


Bañugues, El Monte, con el Faro de Peñas al fondo y debajo Llumeres.


Por María García Esperón

  Una sola palabra puede ser tan profunda como un pozo y ayudarnos a descender a ese lugar claro donde están en vivo almacén las imágenes primeras, las de la honda infancia, las del primer contacto con el ser.
  Todas las palabras en las manos del poeta asturiano Aurelio González Ovies adquieren -o recuperan- esa condición. Su poesía es auroral, con la fuerza, el dolor y la sangre que la Aurora azafranada necesita para romper la oscuridad.
  Asombro heroico el de González Ovies, por todo lo vivo y por todo lo inerte, por todos los sonidos y todos los silencios, los gestos todos y todos los dolores.
  El verso de este poeta tiene un ritmo caminante. Su palabra está en camino y al decirse se siente que se dice todo... porque es una palabra que ha escuchado todo y que con todo ha padecido. Es una palabra ocelada de tristeza, sufriente y honda niña de los asombros, que no deja de mirarte, con los pies sumergidos en un manantial de agua viva.
  Es una palabra muy joven y muy vieja, tan palabra que al hacerse visible descubre las imágenes del mundo,  porque es como los cuentos que crepita la lumbre y susurra el agua, la dulce lengua de los hombres antes de Babel.
  La palabra hace al mundo. Una palabra puede dar ganas de vivir al moribundo. La palabra alumbra al hombre, lo hace nacer. En sus metáforas vuelve a engarzarse la realidad como la rosa en sus espinas.   Pero esas espinas y esa rosa, para teñirse con los colores de la vida, necesitan un ruiseñor dispuesto a desangrarse, lento y doloroso, desde el corazón.
  Y de esa disposición y ese sacrificio, ese heroísmo y ese dolor la palabra tiene sed.
  Los huele desde lejos.
  Los sale a buscar.
  La palabra reconoce a su poeta.
  Y ávida bebe...




El poeta de la Luz tan breve




  Aurelio González Ovies nació en Bañugues, Asturias, en 1964. Es doctor en Filología Clásica por la Universidad de Oviedo, donde es profesor titular de latín.
  Ha publicado títulos como En Presente (Jijón, 1991), La hora de las gaviotas (Huelva, 1992), Vengo del Norte (Madrid, 1993) Nadie responde (El Ferrol, 1994), Nada (Jijón, 2001), Tocata y Fuga (Oviedo, 2004) y Esta luz tan breve (Oviedo, 2008)
  Es coeditor de Cuadernos Fíbula, al lado de Marian Suárez: La muerte tiene llave (1994), Con los cinco sentidos (1997), Una realidad aparte (2005) y No (2009).
  En asturiano ha publicado 34 poemes, El cantu'l tordu y a través de la Editorial Pintar-Pintar, los libros ilustrados para niños El poema que cayó a la mar, Cascoxu, Chispina y Todo ama.

Preludio de Primavera


  Ojalá nunca aturdan la agilidad de tus alas y llegues siempre puntual a los terrenos de la Tierra. Y te sigas posando sobre la superficie de las flores, con la sonoridad de tus tonos silvestres, en el ramaje de los árboles, en las orillas de los ríos, en el plumaje de los pájaros más nuevos, en los comienzos de los frutos, en la blandura de los brotes, en la simplicidad del césped.Nunca se le dé al hombre por encerrarte en sus vidrios caprichosos, en sus viciosas urnas, y desglosar tu luminiscencia ni averiguar tus fértiles partículas ni analizar el polen de los repartidores dadivosos de tus trenes. No te conmuevan sus promesas, no te persuadan sus ofrendas. No quiera tutelarte para destruirte, preservarte para romperte, resguardarte para extinguirte. No envidie tu libertad y tus cíclicos aconteceres. No pretenda aniquilarte con la excusa pacífica de protegerte.Sea mayo el preludio de tu lento desenlace, abril el andén de tu simiente. Marzo, por los años de los años, el espacio de tus detonaciones en la rubia presencia de las mimosas, en la brisa que sueltas, fresca y limpia, con sabor como a sed y adolescente. Sean tuyas, tuyas sólo, las tardes más hermosas, la claridad del cielo y el canto conyugal de los jilgueros. Tuyos los repechos de prímulas y musgos en las proximidades de las límpidas fuentes. Para ti la espesura de los helechos tiernos y el silbido del mirlo en la concavidad de los amaneceres.Vengan contigo el ensueño de la rosa, tan dócilmente fugitivo; la timidez brillante de los lagartos, el «dulcemargor» del pomelo y del arándano, del níspero y de las cerezas. Seas eternamente quien fuiste y, de momento, eres: la esparcidora de orígenes y de esplendor, la iniciadora de la naturaleza. Sigas con tu empeño en las crisálidas, en las vísperas de los escarabajos y las luciérnagas. Prohíbe que te amputen, no los dejes.Ojalá no posesionen tus milagros, ojalá no estanquen tus desbordamientos, ojalá no se apropien de tus iniciaciones ni de tu voluntad ni de tu verde. Ni de tus bayas carnosísimas ni de tu maternal benevolencia ni de los cereales que disperses. No permitas jamás que los humanos manejemos tus épocas ni decidamos tus turnos ni soltemos tus reinas, tus avispas ni fabriquemos panales ni nos entrometamos en la íntima razón de tus esquejes. No lo vean ni tu independencia ni nuestras presunciones insolentes (La Nueva España, 24-03-10).

Libros


  Gracias, libros: he tenido en mis manos hasta lo inalcanzable, lo que soñé a menudo, lo que la luz no ofrece ni la sombra te acerca. He pasado las páginas de lo que me dejó o perdí en el camino. He anotado los símbolos que nunca dije a nadie, he glosado las líneas que no compartiría jamás de los jamases. He pisado las calles fangosas de Macondo, he tocado a la Eneida, creyéndola mujer, he estado muchas noches a la épica sombra de la esperanza lóbrega de la firme Penélope. Gracias, libros, por las revelaciones y por las contingencias.
  Por mis dedos cruzaron las golondrinas lóbregas que no han de regresar, las aguas de los ríos que van a dar al mar, inexorablemente; el canto de los pájaros que añoraba ya en vida, en su Moguer del alma, allá en el huerto claro, junto aquel pozo blanco, el autor de Platero; las aspas y gigantes del molino que muele la espiga de utopías. Sin vosotros yo nunca sería este humano breve que me siento.
  ¿Dónde existe más mundo, dentro o fuera de vosotros? ¿A lomos del día a día, lema y limo, o en lo que, desleídos, os leemos? ¿Qué es más verdad, la vida engañadora o las veraces sílabas que conforman los versos, las fábulas, las hermosas mentiras de vuestros mudos párrafos? ¿En qué lugar más humo, menos ascuas, en las favilas longevas de los plisados pliegos o en la instantánea chispa de esta existencia que casi no encendemos?
  Libros, por encima de todo, gracias. Gracias por tanta tinta muerta, por tanta vida en tinta. Gracias por vuestros sentimientos y la carnegrafía. Sin conocer apenas, así es de superficial el hombre de la tierra, he conocido a fondo la claridad de Ítaca, los vinos sabrosísimos del suelo del Vesubio, el viento de Orihuela, la soledad de Gloria, los campos de Castilla. Y en algunas estrofas, acaso quedará el nombre de mi madre, grana bendita. (La Voz de Asturias, 25-04-09).


Video realizado por Catamaram

Escena de casa


Y es que aunque nada puede
detenerse,
he sido tan feliz que es suficiente. Bajo
la tarde, aquí, recuerdo
ahora
la vida transcurriendo
como fruta brillante. Las fieles golondrinas
girando hasta la cuadra y el olor
de la hierba. -Mi madre era tan joven-
Existió todo en mí. El cariño y la infancia
como un pan abundante,
los rayos del verano entrando
hasta la siesta. El nombre de los pájaros,
su canto. Las luciérnagas,
su silencio encendido sobre las noches
largas.
Ha sido tan verdad que ya es bastante.
Más allá, los postes de la luz,
los maizales, y el mundo se acababa.

Epitafio


  Caminante, si cruzaras por Viodo, detente allí un momento, al final de un camino, entre los campos verdes y los muros muy blancos de un solo cementerio. Allí descansa el nombre de Luz Ovies Quirós, grabado sobre un mármol que atesora sus restos. Párate y en sus flores, aunque sea silvestre, deposítale un beso.

   Era una mujer calma, con manos como fuentes, con hondura de océano. De palabras afables, de paciencia bisiesta, resignada y con rasgos de doctrina en sus gestos. Una mujer corriente, de estatura pequeña, de apacible sonrisa, tan sencilla por fuera como humana por dentro. En ella estaban todos los puntos cardinales. La despedida triste, la ilusión del regreso. En ella yo miraba y, como un pescador atrapado en la noche, me orientaba en su cielo. Su perfil, horizonte; su voz, tierra muy firme; su fulgor, firmamento. Me dio el ser y la carne, los sentidos, la sangre y el aire que respiro. La llamaba mi rosa de los vientos.

   Le gustaba soñar con el mañana, tal vez porque su hoy nunca existió, quizás porque jamás pensó en sí misma, pues de tanto entregarse, ya no sabía hacerlo. Nunca cerró sus brazos, nunca guardó rencores, nunca envidió lo ajeno. Admiraba las frutas y las dalias, el cantar de los pájaros, el olor de la higuera y en otoño, decía, que le nacían olvidos en el pecho.

   Hace ya nueve años, pero en mi corazón es julio casi siempre, como si aún ahora le cerraran los ojos, como si todavía no fallara su aliento, como si desde entonces no transcurriera el tiempo de mi vida, o aconteciera desde entonces huérfano.

   Si pasas, caminante, no retrases tu rumbo, no es necesario que hables. Agradecía el silencio. Seguro que tampoco allí molesta a nadie, seguro que es discreta, querida entre los muertos. Deséale quietud y sigue tu trayecto.


Asturias



Asturias, si yo pudiera, si yo pudiera contarte. Si yo pudiera decirte, y pudieras tú escucharme Por donde quiera que miro, por donde quiera que paso, no veo más que vacío, no piso más que pasado. Montañas que nos aíslan, caminos prejubilados, bosques enfermos de sombra, campos que ya no son pasto. Herrumbre, ruinas, raíles; carrizos, barro y barrancos.


Aldeas donde el olvido sangra por todos sus caños, veletas desorientadas en el vano del tejado. Rosas silvestres que afirman la soledad de los marcos; gallinas que picotean del abandono los granos. Manzanos vivos de muérdago, vestigios de espantapájaros. Corredores donde esperan a sus difuntos los gatos. Bardales, zarzas, retamas; rodadas, berros y cardos.



Paneras donde agonizan las vértebras de los carros. Razas rurales que arriendan su identidad y sus sábados. Riqueza traicionada por subvenciones y pactos. Región para cazadores y dos osos amaestrados. Linderos que no limitan sino con los avellanos. Ríos de seca corriente, por más que sigan bajando. Abrevaderos, tritones, águilas, cuervos y grajos.
Comarca museizada en trisqueles y urogallos. Verde poeta a derroche en dípticos y calendarios. Tierra para telarañas y lamentos de venados. País con la lengua rota, trozada por artesanos. Tradiciones enristradas en vigas y diccionarios. Aire por el que ni surcan las crines de los caballos. Barrenas, frío, barbecho, terrones, cuadras y páramos.


Jóvenes aves que vuelan en pos de un cielo más claro. Espacio que no soporta su tanto espacio parado. Concejos que nadie habita más que la luz y los tábanos. Ancianos que se adormecen en los asilos urbanos. No sé, tal vez me equivoco, quizás fui siempre un romántico. Tal vez no pasan ni miran, por donde yo miro y paso. Asturias, si yo pudiera.Te vale más no escucharlo (La Voz de Asturias, 13-09-08).

Estancia fugitiva


Todo está en mí
como esta noche yo sobre la tierra,
con ilusión de amar, saberse vivo
y cierta obligación de soñar a menudo.
Sin embargo soy nada,
tras de mí late algo que me empuja
hacia la fría muerte
para ganarse un sitio y hacer vida.
Todo está en mí
pero soy nada y nada ha de ser mío
apenas un momento.

Nada en derredor




Esta noche no estoy desamparado,


no quiero detener el humo


ni espero que me convoquen las estrellas.


Esta noche me acompaño de mí


y al divisar, allá a lo lejos,


la infinidad del mundo posada en su fracaso


ya no me siento solo,


porque en mi soledad hay una muchedumbre


de equilibrio


y ese amor que se llama costumbre o compañía


se convierte en un número.


Esta noche soy uno, plural, conmigo a solas.

Miraremos atrás


Miraremos atrás
y cuando estemos a la altura
del recuerdo
habrá gaviotas planeando
el mar donde fuimos como un niño
de arena,
habrá un pueblo descrito con cal viva
y un camino hacia el verano. Diremos adiós
y empezará el atardecer a respirar
en los jazmines.

Mi voz es el paisaje


Soy el desesperado, la palabra sin ecos,
el que lo perdió todo,  y el que todo lo tuvo.
Pablo Neruda

Mi voz es el paisaje
que va echando de menos
las cosas que he perdido.
He nacido en un pueblo
y en el anonimato.
Mi vida se resume en aquel calendario
de números granates
donde mi madre iba
apuntando los partos de las vacas
y visitas al médico.
Fui más feliz que pobre
porque quien no conoce la abundancia
valora las minucias y los pájaros.
Desde niño la hora de las gaviotas
viene siendo mi reino
y el mar un no sé qué
-eternidad dios alma-
donde muero un momento cada día.
Así me veo ahora
cuando ya las gaviotas no conocen mi nombre
y la higuera envejece sobre la sed del pozo.
Mi casa, mis amigos, los míos, los de nadie.
¡Qué pronto somos soledad!

Vista desde aquí la vida



Vista desde aquí la vida tiene un puerto
y nuestras lanchas, amarradas al muelle,
atardecen bajo un día cualquiera.
Por qué sufrimos,
si a esta hora se encienden las luces
en los pueblos
y los hogares empiezan a cerrarse melancólicos.
Por qué, si las estrellas están
tan apacibles como siempre
y un grillo va enroscando el sueño entre la noche
y un borracho da tumbos vida atrás
y una mujer recoge la colada
y un niño va feliz con su pelota
y dios amasa mundo en sus molinos.
Por qué sufrimos
si mañana está siempre tan lejos de tan cerca
y no sabemos nada de nosotros
y nunca escudriñamos nuestra historia
y nadie nos ha escrito todavía.
por qué sufrimos
si sólo es nuestro todo mientras no lo perdemos
y amamos cada cosa para no estar
tan solos.
Por qué, por qué sufrimos,
si hemos venido aquí por no ir a ningún sitio,
para encontrar un rostro que vaya encariñándonos,
para coger un tiempo que vaya entreteniéndonos.
Por qué, por qué sufrimos
si cada hora que acaba nunca vuelve
y cada adiós empaña una ventana
y cada nombre se hunde en un olvido
y cada olvido sangra tantas llagas.

Vista desde aquí la vida tiene un faro
con una luz eterna
que llega y mira y pasa.

A veces la tristeza




A veces la tristeza te espera en cualquier
sitio
y hay que creer en algo.
Hemos venido a ser felices por encima de
todo,
a perder unos seres y formar una casa,
a envejecer un árbol y madurar un fruto,
a decir un adiós y escribir una carta.

Érase...



En ninguna parte,
érase una vez,
una gota de agua
que tenía sed.

Érase y no fue
en alguna parte
un libro tan corto
que se terminaba
sin que lo empezases.

Érase otra vez
en muchos lugares
un mapa con grandes
llanuras de harina
y molinos de hambre.

Lidia


Hazme magia otra vez
-me pide Lidia.
Y con cerrar los ojos como hace el sueño,
con coserles dos alas a los deseos,
nos despierta en las manos toda la vida:
Una veces con uvas de nuestro huerto,
llenamos garrafones de fantasía;
otras veces con hilos que quedan sueltos
repasamos palabras descosidas.
Y alguna tarde que otra cuando hace viento
vamos hasta lo alto de una sonrisa
y lanzamos cometas con pensamientos
de los mismos colores que la alegría.
Sigue haciendo magia,
-repite Lidia.

 

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