Perdido en la luz, errante en la belleza


Qué importa, si además,
yo habito en la locura
del poema
y en sus noches me ausento
para soñar escrito.
Qué, si doy la vida
a cambio de unas horas de sed
en la hermosura
y me enamoro hasta la sangre
de una palabra que tiene
una guitarra.
Qué, si me doy por entero
al envenenamiento de la profanación
y robo de los templos
del silencio
las velas encendidas de algún nombre.

No hago más daño que la luz
ni soy más cobarde que una guerra.

Entonces la inocencia




Entonces yo metía la soledad en botes
y bajaba rodando por los prados en cuesta
y disecaba insectos en cajas de cerillas
y entendía la muerte como el final de un cuento
y esperaba la lluvia con las botas de goma
y me hacía feliz estrenar las libretas.
Entonces me escapaba muchas tardes de casa
y me subía a los pinos y vendía las piñas
y nunca había visto de verdad girasoles
y me parecía lejos lo que estaba muy cerca.
Entonces me sabía entero el Catecismo
pero no me gustaba tener que entrar a misa
y estrenaba por Pascua sandalias y bombachos
y estrenaba en Difuntos pantalones de felpa.
Entonces ya admiraba qué libres son los pájaros
y no quería ir siempre por los mismos caminos.
Entonces no me daban respingo las noticias
ni asco los gusanos ni miedo las culebras
ni angustia ningún peso.

Blanco


Nube. Nieve. Azucena.
Hablo en blanco y parezco el silencio.
Sin mí se quedarían huérfanos la leche
y el arroz,
poco favorecido el oso panda.
Blancanieves sin nombre,
las peladillas desnudas,
más tristes muchos cuadros
los pingüinos monótonos
y la luz no podría ser tan clara.

El infinito es frágil como el amanecer


  El infinito es frágil como el amanecer y alguna tarde sube a la lenta canción de las campanas. El infinito es, pero no está. Pudiera, acaso, ser puro recuerdo. O un amante imposible de la tierra. O conjetura o perspectiva o droga dulce o palidez o compás o plumier con pinturas de cera o tajalápiz o pozo de agua o luz.

   Pero es nada y es todo supersticiosamente. Funambulista, humo, caparazón, simiente, visillo, sobredosis, meteoro, molino. El infinito siente temor algunas noches. Y quisiera que un beso le cayera en la frente o que una madrecita le dijera al oído: duerme, no temas, sueña.

   Y entonces el infinito sueña que es algo pasajero, fugaz como una prenda humana. Que es algo semivivo, como un cuerpo. Que es algo susceptible, como un hilo. Sueña que es algo muy sencillo, como un día, o una historia, un lugar, una palabra, un vuelo, una tristeza. Y al soñar algo de todo un poco, comprende que de nuevo es ya lo que no quiere.

   No quiere ser infinito.

   Y quisiera morir en las enciclopedias o en las barbas azules de los filósofos. Y quisiera morir en su casa natal. Y quisiera morir pretendiendo un deseo. Y quisiera morir conociendo una rosa. Y quisiera morir. Morirse de infinito. (La Nueva España, 1-10-08).



El infinito es también un pecado


  El infinito es también un pecado y un castigo y virtud de pureza. Y no duerme entre frutas como los dioses. El infinito está sobre todas las cosas. Y en las pinturas púrpura de Pompeya y en los gatos que comen el invierno y en la lentitud inasequible de las funerarias. El infinito es menos que nosotros y no posee cuerpo ni alma ni tristeza ni anillos ni mirada. El infinito vuela en escobas de palo. Y existe desde el origen como los cuentos.

   El infinito tiene mitad por todas partes y vive de colores y formas infinitas. El infinito es hombre y mujer y caballo y festón y componente rítmico de los jilgueros. Pero por todas partes el infinito es sombra.Y no puede expresar sus sentimientos ni estar bajo esas noches que merecen la vida. Ni mirarse en la paz del agua de la mar del cantábrico en calma. Ni pasar por los puentes dorados del verano. Ni subirse a los trenes. Ni plantar un otoño.

   Ni sufrir tan siquiera.
El infinito es menos que algún pájaro azul. Y habita en las espinas de los barcos que han muerto y en las casas cerradas para siempre. El infinito huele como los libros viejos. Y alumbra todavía con carburo. Y quisiera tocar las cuentas de un rosario.

El infinito nace donde se esparcen las cenizas


  El infinito nace donde se esparcen las cenizas. Y en su silencio se desenvuelven víboras. Nuestras dudas son limitación del infinito. Nuestra lengua no tiene tantos adverbios como su hábitat. Hacen falta insectos para alcanzar el infinito y tambores y cúpulas y centros y fenómenos y fugas y circunstancias. El infinito es tan impersonal como la cuarta persona y comporta un sujeto de vacío centauro. Hace falta salud para entender el infinito. Y que la sintaxis asuma su nostalgia.

   El infinito ruega por nosotros y se parece un poco a la noche del cuarenta y tantos de noviembre y al lejano ladrido de los perros y a la sensualidad de los veleros. El infinito es un número subjuntivo, es algo más que el dos pero no llega al tres y sobrepasa. Es número ilegítimo, fruto de la inconsciencia y los dibujos gigantes y mágicos y hermafroditas de los niños.

   El infinito a veces siente pena y llora como los monarcas en su grandeza. Y sueña con ser algo. Sueña con ser materia o forma o hebra o tren o lazarillo o fiesta o rey de espadas. O gondolero o caserón o lápiz o libro viejo o línea o filarmónica o papel de regalo. O estado infinitivo como los presos. El infinito desconoce las llaves y no recibe cartas. Y quisiera ser litro o sedimento o configuración o esfera o zapato de príncipe con cordones de oro. O una historia de amor que se acabara.



Marina


Cuando no sé quién soy, qué llevo
dentro, quién media entre mi voz y mi palabra.
Cuando la vida baja hasta mi pecho
y duele y duele y duele. Me acerco hasta
la mar y me comprendo un poco:
nunca siempre igual,
pero siempre nunca diferente.


Amarillo




La luz de nuestras casas es de noche
amarilla,
las estrellas nos guiñan su pena en amarillo,
la infancia es amarilla cuando usa
flotadores,
y amarilla es la cofia de algunos tulipanes,
un campo de mostaza, las esponjas,
la cintura del plátano, la espiga,
la fama del aceite y los abrigos.
Todo puede ser nada, todo o amarillo.



Música callada




Sobre las rosas
blancas
de nuestra soledad
sangra
la identidad
de la palabra.

Dolorosos
los pétalos
del llanto
que hizo un verso.

Alguien le lleve siempre
rosas rojas a la vida.

No es el amor


Quise que me dijera su voz más pura,
la latitud del agua de sus ojos,
la antigüedad de los santuarios en que, muy a menudo,
desnudaba su fe celosamente.
Que leyera el mensaje anillado a las alas
despóticas del viento,
que me esperara un día que no fuera bisiesto.
Y que en sus labios rojos llevara la tristeza
de un verso inacabado para reconocerla.

Conxuru


Trébol de cuatro fueyes:
fai qu'alcance esta nueche
les mios estrelles.

Camisa de culiebra:
dai voz a esta palabra
que nun me medra.

Cuquiellín de mayo:
dexa que salga´l sol
de la mio mano.

Cuervu de mal agüeru:
ofrezme enantes qu'agua
sede y deséu.

Agua bendito:
nun me descifres nunca
qué ye tar vivu.

Sobre unas rocas


 La he visto. Estaba en Ítaca.
Yo me iba de Corfú, destino
a Melos. Ella lanzaba conchas
a las olas, sentada en una roca.
No es fácil esperar. La mirada
se acaba. Pierde su brillo.
Pero allí sigue. Amarrando el azul
del Jónico al Egeo. Todo
dura en la vida y es eterno,
mientras somos capaces de admitirlo.


El veneno agridulce de la vida


Ganar, abrir, cerrar,
perder. Hoy el encuentro
feliz. Mañana la despedida.
Todo es lo mismo
y contrario. Como la luna
y el día. Todo de luz y de
sombra. Como una noche
muy llena y una casa
tan vacía.
Tomo un sorbo. Reconozco la fe.
Amargamente sonrío:
dulce veneno, la vida.

Naranja




Naranja son los últimos deseos del
otoño,
naranja las caretas de noviembre y los
árboles,
naranja son los pétalos de alguna
margarita
y naranja el uniforme de muchos
gusanos.
No imagino una ardilla sin naranja,
¿y ustedes? piensen sin el naranja
en una mandarina, en una sopa de ajo,
en un planeta.



Rojo




Buscaba el rojo que se difuminara
con el rojo que tiñe tu belleza,
con el rojo que almuerzan los tomates,
con rojo sarampión, rojo frambuesa.
Y ya ves, a uno nunca sucede nada
seguro,
yo buscaba y buscaba
y tú... rojo, mi rojo
sobre la roja carne de una simple cereza



Negro




Negro.
Pero puedo ser dulce como las moras
muy maduras.
Puedo ser tierno como un arándano;
no siempre coloreo las malas
circunstancias,
ni los monstruos, ni el miedo.
Nadie es nunca lo mismo para siempre.

Desiderata




Llama a mi corazón
pero descálzate,
unge tus pies.
Vacíalos
Si has de salir prefiero
que no queden las huellas

Azul




Llévame hasta la mar, madre, llévame hasta la mar;
dicen que es muy azul
tan azul como tus gestos cuando me miras,
como el tic-tac de los relojes,
como tus sueños cuando me duermes,
como un príncipe encantado, como la magia.

Vivir para morir oscuramente en todo




¿Sería este mismo
yo
si un día no tuviera que decir
adiós
a tantas cosas.
Sería lo mismo el cielo,
la forma, la manzana.
Sentiría tan honda
la brevedad,
el aire en que se pierde,
la rama en que se posa.
A quién le debo entonces
lo que soy,
de quién la densidad
con la que siento.
Acaso consistencia de la vida,
volumen de la muerte
y su presencia?

Beatitud




La luz. La tarde. El hombre.
El rebaño y el perro que regresan.
Las chimeneas que asoman sobre
octubre.
El pueblo y su silencio azul de cal y hortensias.
Vale la pena ser mortal y carne.

Tanta beatitud, un mirlo canta,
merece nuestra ausencia.



De cuando preguntaste




Las hojas tienen que caer. Es ley de vida; así dicen
los hombre a estas cosas
que no quieren mirar aunque sucedan.
Noviembre llega siempre por noviembre.
Tú lo verás. Ahora duele menos,
parece más belleza.
Después, mientras la dejen, seguirá reventando la primavera.

Panorámica




Asómate a las sílabas
más altas de la palabra hombre,
lo más al norte de la geografía carne,
lo más al borde de su abismal esencia.
Escucharás el trino de un pájaro muy viejo,
la perpetua agonía de una mujer parida,
los secos arañazos de los muertos,
el vacío y su brisa. El silencio. Sus cañas.

Muy hondo, el río. Y un rumor
como de avispas y de despedida.

Ritual


Canto por el que nace
y por el que se aleja,
el que acaricia la corriente
la piel
la espiga
el tronco
la corteza
el cristal
la lápida
el retrato
con sus manos humanas;
el que besa la lluvia,
el que abraza la tierra,
el que se asoma al vértigo y,
como un corzo muy joven,
entusiasmado queda
con el rumor del río,
con la nada brillante
que promete
la altura,
con la superficial profundidad
del valle,
con la proximidad intangible del eco,
el límpido rocío,
el verde de la hierba.


Hermosa edad la vuestra




Hermosa edad la vuestra
-repetía-,
aprovechadla...
Del diente de león cogía
unos vilanos

y soplaba.

Ofrecimiento




A quien pule el granizo

y al que lo esparce,

ignorando si aún cae

sobre la tierra.

A quien lava la nieve

y a quien la parte

con blanca exactitud muy copo a copo.




A quien recuerda sólo

los mejores momentos

y vierte el infortunio en el olvido.

A quien conoce el nombre de las plantas

y los supersticiosos remedios

de sus pétalos.

A quien nunca acató las órdenes

supremas del que mata muy dulce

al propio semejante.

A quien nunca ha pisado tierra firme

porque nunca ha salido de palacio.

A quien se pincha y sangra.

A quien cree que la cera de una vela es eterna,

que la fogosidad,

la pasión verdadera,

se funda en una noche y dura

para siempre, sin apreciar que el siempre

es el siempre de siempre que siempre

y siempre y nunca ha estado.

Para aquel que almidona las alas

de los ángeles

antes de la alborada

y sus tardas cuadrigas.

El que entra en el amor y queda

definitivamente.

El que amó aquella noche por vez primera

y última.

El que hace del placer su mandamiento.

Desiderium




Todos quisiéramos dejar aquí un poema

como la vida,

un verso en pleamar como una playa,

un verso infinito como una claridad,

un verso mortal como un disparo,

un verso donde esté escrita la pena trashumante

con todas sus guitarras,

un verso en que se posen los acontecimientos.



Todos quisiéramos marchar libro adelante

a través de una historia que se aleja

o el jardín de algún nombre muy antiguo

o morir para siempre en una página.

Porque todo nos nombra,

todo nos dice, todo nos afirma,

todo nos inunda.


Todo es mentira y es verdad y es ilusión y frío y nombramiento

y libertad y cárcel.


Todo es palabra.

Primera Luz




Canta el mirlo.
Rememoro la paz de un tiempo muy antiguo.
Se desborda la luz. Acaba marzo
y abre la vida de par en par
todos sus pétalos.

Así sea


Siga la sombra así:
fresca y oscura.
El viento suelto, la sal
en su silencio. La voz sonora.
El hombre erguido.

Sea la sed saciada por el agua,
la soledad casual y transitoria,
la noche de los astros,
el pan ganancia,
la niebla autónoma.

Por los siglos de los siglos,
siga el tacto en la piel,
el corazón oculto y quebradizo,
algún gallo en la aurora
la llama sobre el leño.

La oliva. El cuero. El trigo.

Al fuego no le digas


Al fuego no le digas jamás lo que deseas.
Es un dios muy antiguo
enamorado
de su propia condena:
todo lo que no alcanza le apasiona
y apasionadamente con lo alcanzado
quema.

Repetición de un día


Esta mañana -julio, sol, silencio-,
amargamente hermosa, la he vivido
hace tiempo. No sé dónde
ni cuándo.

Los gatos a la sombra del castaño,
espejismos de fuego en los caminos,
la vida inabarcable y el eco intermitente
de un tractor a lo lejos.

No sé dónde ni cuándo. O todo
era más hondo o yo no soy
el mismo.

Ruinas de Olimpia




Olimpia. Madrugada. Ya casi
primavera.

Lenta, unta la luz del día su cuerpo
con aceite muy tibio,
como una diosa joven
encaprichada
en un mortal atleta.

Es vida lo que veo, aunque es muy poco:
un olivo, rocío sobre el mármol
y la humana apariencia de la tierra.

Muchacha enamorada




Fue en el Museo, en Atenas,
una hermosa muchacha
sobre el mármol
-realidad un día-
se ataba su sandalia.
No sé..., pero en sus brazos,
en el gesto tan dulce de su cara,
-la leve inclinación
de sus caderas,
los pliegues de su túnica
o sus labios brillantes-,
reconocí que estaba
enamorada.

Al Río Rey


Río Sella,
quién pudiera pasar siempre
hacia su propio destino
sin parar.
Quién fuera tan transparente
un día y la vida entera
sin cansar,
y atravesara los años
manso y ajeno a la muerte
sin edad.
Río Sella
¿qué siente el agua
cuando se moja en los pliegues
de la mar,
qué nos murmuras,
qué expresas
con ese idioma corriente
de humedad?
¿Cómo mirarán las cuencas de tus ojos
nuestra existencia de tiempo,
carne, tierra y nada más?
Son tantos nuestros afanes
para tan corto trayecto
y tan constante tu curso
para tanta eternidad.
Quién pudiera, Río Sella
nacer siempre y pasar siempre
por donde siempre y jamás.
Transcurrir siempre y por siempre
y nunca
sin dejar de ser el mismo
ser igual.

Yo también masticaba la cal de las paredes




Yo también masticaba la cal de las paredes
en las tardes de agosto
y creía que sólo se moría en invierno
y no entendía por qué cada vuelta del mundo envejecía a mi madre.
Estuve enamorado de una araña grandísima que vivía en una grieta
de la puerta
y hacía competiciones de gusanos.
El cielo me parecía una carpa gigante
y cuando vi pasar los primeros aviones los ojos se me abrieron
como dos libertades.
Mi padre me enseñó a comprender el viento,
a predecir la lluvia en la piel de los árboles
y por eso he tenido siempre miedo al futuro.
De pequeño, además, yo quería ser gitano
para tener un burro, entre otras muchas cosas,
y caminar descalzo.
Pero la vida nunca acepta nuestros ruegos
y me gustó el latín no sé por qué motivo
y aquí estoy enseñando lo que a veces no entiendo.
¿Qué voy a decir yo de la palabra hombre?,
¿cómo puedo explicar que para que haya historia
hubo que desde siempre ir matando o muriendo?
Conseguí ser mayor y me quité estos vicios a pesar de mí mismo:
y me conformo y callo y voy tirando
y echo de menos mucho la araña de la grieta
y el olor de la cal me es como de familia.
Aprendí, como todos, a amar lo que no amo,
y a hacer, según la norma, lo que todos hacían.

Usted seguro que ha sentido vergüenza alguna vez




Usted seguro que ha sentido vergüenza alguna vez
al decir que en su cuarto caía una gotera
o que su pobre madre le hacía el bocadillo
siempre de natas con azúcar -son cosas de la vida-.
Confieso que en mi casa el olor a humedad
era casi entrañable
y todos los domingos se comían garbanzos,
salvo en alguna fecha señalada.
Que lloré muchas veces por no querer llevar
los jerseys con coderas
o no tener un lápiz con enanito arriba.
Confieso que la ropa nos la daban los primos
que ahora son albañiles
y que nuestra familia se rompió por la herencia
de unos metros cuadrados de baldosas con taras -son cosas de la vida-.
Que, a escondidas de todos y hasta los siete años,
tuve el chupete debajo de la almohada.
Confieso que los míos son personas sencillas:
usted sospecha que hablo de un padre que no sabe
lavarse bien los dientes,
de una mujer que escribe con mala ortografía,
de unos hermanos fieles como la misma sangre
y una casa que huele, cada vez que entro en ella,
a las húmedas manos de la melancolía.

Confieso que he nacido donde hubiera elegido
por encima de todo cada vez que naciera.


Exilios interiores



En tu espacio está todo lo que asumes de espacio,
todo lo que tú ocupas como parte del mundo,
todo lo que del mundo forma parte de ti.
Tú, como peso en la piedra. Como el rojo
en la rosa. Como el aire en el árbol. Como el puño al poema.

Y si un día miraras y encontraras caballos
aunque no sean caballos, y tú
vieras caballos
(aunque sean de humo), porque tú ves caballos,
podrán ser tus caballos y llevarte muy lejos
y enseñarte a galope
aquello que no existe pero nos lo parece
y aquello que resurge y brota y está ahí, brillante, desde siempre,
desde siempre esperando caballos
luminosos con un hombre que admite:
solamente nosotros mentimos las verdades.
Y entonces tú te posas y tus caballos beben
y una extensión muy grande
como un libro con toda la noche y las estrellas,
como un verso gigante de donde baja el agua
serán espacio tuyo,
mirada de tus ojos,
tamaño de tus manos,
instante muy fugaz, realidad muy larga.
Y entonces tú cabalgas, en tus caballos ágiles,
aunque sean de pétalos que van quedando atrás,
aunque sean de olas que mueren en la arena,
aunque sean caballos, de tan hermosos,
breves.

Piel intensa


  Las altas ventanas de la medianoche. El cuerpo desnudo tras unos visillos. La muchacha lánguida que acaricia ánforas. El adolescente que se baña en oro. El silencio hermoso de tu carne suave. Los labios que imanan la boca ansiosa. El gemido joven detrás de los álamos. La prenda olvidada sobre el césped cómplice. Dos lenguas de húmedo fuego prohibido. La mano que roza el pétalo intacto.

   La naturaleza que descubro en ti. Los hondos paisajes con vistas al alma. La fiebre de todos nuestros afluentes. El brebaje dulce de la piel intensa. Los blandos susurros que emiten tus surcos. La melancolía del abatimiento. La senda que sube por tus pies arriba. La ingrávida sombra de la noche entera. El rayo de luz que se posa en ti. Tus visos de hespéride recién encendida.

   Las gotas de lluvia que trazan tus dedos. Las rutas fantásticas que ves en mi espalda. Lo que yo imagino que tú conjeturas. La vela que enciendes antes del amor. El olor a fruta de todos tus tramos. El mundo y la vida tan lejos y al margen. La respiración haciendo de sábana. El lento trayecto hacia la pasión. Los vertiginosos instantes. La calma.
(Hesperya, primavera de 2008).


Verde


Verde.
No gastemos el verde.
¿Quién nos haría entonces aceitunas
cómo podrían criarse las orugas,
de qué iban a vivir los campesinos,
y los grillos, volverían en mayo
a dar conciertos?

Verde claro. Verde oscuro. Verde verde
verdadero.


Cántico


 Mi canto,
para el hombre
que ansía llegar a casa
y lavarse las manos,
dar un beso a los suyos,
aproximarse al fuego,
responder a un abrazo,
o sentirse tan solo que humaniza una mesa.
Para el que ve la luz encendida y respira,
para el que huele el pan y se siente dichoso;
el que mira la luna sin querer conocerla,
el que alcanza primero la sed que el cántaro,
el que huele la rosa y no la corta.

El que nunca rezó y a su manera reza.


Área de prioridades


 De nada vale decir
aquí estoy yo,
gobierno y mando,
si al pasar por Castilla
y ver el sol crujiendo tras
los olmos,
uno no sabe dar gracias a Machado.
De nada sirve
montar revoluciones, modernizar
las leyes,
si al entrar en Moguer y abrir sus muros
blancos,
uno no escucha, como un geranio púrpura,
la voz en los balcones de Juan Ramón
Jiménez.
Muy poco importa
marcharse tan de prisa a tantas partes
a todas a ninguna,
sin pararse una vez, y al coger nuevo
aliento y mirar el camino,
sentir sobre la piel: Palabras
para Julia.
Sin duda alguna,
España no va bien, como el resto
del mundo y el fondo de la vida.
Necesitamos agua, pan, un poco
de esperanza. Y poesía.


Ubi sum


Yo sé que nada regresa, que nada
vuelve nacer, que lo que tuvo
nun ta, que nada ye lo que fue.
Eso sélo, ya lo sé. Sélo dende bien
pequeñu, dende que vi que crecer
yera dir dexando atrás aquello qu'ún
más quier: les caleyes que conoz,
la mano que nos calez, el corredor,
onde'l mundu paecía lo que
nun fue. Dir dexando atrás.
pa siempre,
todo lo que nos fizo ser/ a la imaxe
y semeyanza/ d'aquellos que nos
amaron/ como naide más nos quier.
Pa siempre, pa siempre, atrás,
como mañana y ayeri, como l'agora
y el llueu, como l'antes y el después.
Pa siempre, siempre pa siempre.
Eso sélo. Yá lo sé.

Y onde toi / nada permanez que puea /
devolveme dalgo fe / nes mentires
que me valíen pa siguir tando de pie,
pa engañame día tres día, qu'al fin
y al cabu, nun ye / más que l'embuste
la vida: perder, guerriar pa perder,
encariñase, sufrir, pa, al fin y al cabu,
perder.

Onde toi, miro, respiro y noto
que me duel reconocer que nun topo
nada apenes no que me reconocer.
Namás que'l cielu, el regueru,
la figar, la mar, les peñes y dalgún
cachu paré, au s'echen les llagarteses
a asolinar. Esto ye / lo que me queda, lo que
soi de lo que fui, más lo que nun pude
ser.


Arquitectura de las ruinas


Antigüedad

mujer hermosa
con ojos pompeyanos
que lleva cestos
de sombra
hasta las viñas
Mar
que se mira
en un espejo
y se serena
antes de que
la vean
amanecer las naves
orgullosas
Mujer
lanceolada
con los pechos
en púrpura
que visita
los templos
y pestañean
las lámparas
de aceite
Cintura de la juventud
de la columnas
melancolía
de la flor de
la manzanilla
que te hace
aniversarios
en latín
al lado
de las losas
Mujer
vestida de ceniza
y rayo de luna
que en la noche
te han visto llorar
sobre un mosaico


Pasabas
levemente
los dedos
por la desvanecida
sonrisa
de los padres
queridos.
 

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