Días hermosos



DÍAS HERMOSOS

Todavía no sabíamos cuánto duele la vida. Eran días hermosos bajo la luz de agosto. Días largos, radiantes. Distintos, muy distintos. El prado de la fiesta era un gran espectáculo, mientras nuestros paisanos construían el palco y la barraca con toldos alquilados y troncos de eucalipto. El mundo debía de detenerse. Las casas relucían encaladas. Y por cualquier rincón se olía el olor entrañable de los guisos. Estruendo de la pólvora, música y altavoces, emoción y verano. El pueblo se llenaba de ruido y colorido. Banderines colgados de los postes y árboles, espadañas tiradas por el suelo, tendejones con mesas preparadas. Llegaban los parientes. Traían muchas cosas. Y dormían con nosotros nuestros primos.

Las primeras verbenas siempre eran un encuentro. (Es todo plenitud y regocijo: gente que no se ve desde hace tiempo, gente que apenas sale de su hacienda y su entorno. Hay mujeres que van con rulos en el pelo, hombres con la chaqueta en un hombro doblada. Hay ancianos que miran con mirada de adiós. Niños que corretean y se ríen y dan gritos. Hay petardos y luces, avellaneros, brisa y padres que saludan a sus críos risueños cada vez que da vuelta el tiovivo. Hay lanchitas y un blanco furgón del heladero. Y muchos portugueses con autocaravanas que venden caramelos, tabaco y revoltijos. 

Ropa nueva en la misa y procesión y cánticos. Y gaitas que amenizan el fragor del domingo. Hay tambores y sidra. Y bailes y tonadas. Y un billete en el bolso para comprar a gusto. Hoy es como si todo nos fuera permitido. Hay globos que se escapan, voladores que explotan. Y hay calor y barquillos. Y paquetes de chufas y relojes de plástico, caramelos de nata y de anís y ‘ronchitos’. Hay juegos anunciados para mañana, lunes: un concurso de tiro de cuerda, carrera de madreñas y sacos y borricos). 

Qué rápido pasaba. La mañana del martes era triste y callada. Desarmaban la tómbola y el tiro. Algún perro husmeaba la basura. Y nosotros sondeábamos la hierba en busca de monedas, perdigones o de objetos perdidos. Todo un año esperando que llegara otro año, y otro año más que ya había sucedido. No se entendía el silencio que quedaba en el aire. No parecían lo mismo ni el pueblo ni el maizal ni el cielo ni el camino. Todavía no sabíamos lo que nos aguardaba ni si la ausencia era recuerdo a cada instante o permanente olvido.

(C) Aurelio González Ovies

Nun mires más allá




Nin vellocinios hai, nin unicornios.
Nun busques más allá de lo que ves
delantre.
Nin príncipes qu'abracen el so palaciu
en ruines,
nin pegasos nin monstruos
nin sapos que despierten con dos palabres
máxiques.
Nun mires más allá de lo que ta
cegándote.
Too ta equí, nesta estaya la vida,
nesta ñube que cruza,
nesti sol que se tapa,
nesti yá, nesti agora.
Na ilusión d'esti instante.

Y más allá,
va ser siempre
o mui ceo o mui tarde.

Deudas



DEUDAS

Hoy advierto algo más de lo que soy. Gracias, palabra. Los versos me han sabido aleccionar. Me han enseñado el mundo de otra forma, más por dentro y más a fondo, como desde un pecho ajeno, como desde un altozano. Con poemas en mí, caminé de la mano de una luz incorpórea que iba poniendo nombres a las cosas. Desde la hermosa etapa en que me entusiasmaban las libélulas y los picos astutos de los grajos. Desde los días aquellos en que olían a membrillo las tardes de septiembre y me daban tristeza los ovillos de lana y las ventanas viejas. Gracias, verbo. La poesía entonces ya me estaba esperando.

Lo que soy se lo debo a este largo camino que parte de un domingo de febrero desde mil novecientos sesenta y cuatro. A un pueblo no muy grande –entonces paraíso de extensión infinita– con casas a ambos lados de una senda de barro y escombro pisoteado, varado en un costado del Cantábrico. Un pueblo: gallineros y huertos, paneras y chamizos, caserías y pomares, patatales y ristras, antojanas y aperos, corredores y ropa, nabina y perejil, maíz y espantapájaros.

Pero cuántas más deudas he de reconocer. Cuánto deben mis ojos a las olas y al viento y a la niebla encendida y al rumbo de los barcos. Cuánto me iluminaron aquellos labradores que guiaban el carro y me hablaban de lunas y menguantes y acertijos de álgebra. Suyos serán mis versos con más hierba. Suyos también serán los poemas más humanos. Cuánto debe mi voz a la voz de los otros, a los que nos contaban cómo habían cambiado los años y la vida, a los que hacían el pan y repartían pescado, a la humildad tremenda que sangraba en las grietas de sus rostros y manos.

Cuánto, palabra, cuánto. Cuánto de lo que soy –mineral, carne, orvallo– lo soy, pero lo debo. A aquellos marineros que surcaban la paz de la mañana cuando aún no habitaba la tierra más que el tiempo. Y a aquellas enlutadas figuras de paisaje que igual que tendían al verde que esparcían el guano. Cuánto soy de la mina y cuánto de la brea, cuánto de todos ellos. ¿Cuánto de mi mirada es heredad legítima? ¿Cuánto de lo que escribo se posa como el polen del árbol de mi origen y cuánto en realidad me brota a mí del alma?¿Y cuánto de mi canto da fe de lo que fueron o fe de lo que pasa? ¿Cuánto?

(C) Aurelio González Ovies

De amore



DE AMORE

Las naves del amor parten al alba. Cuando los corazones de los hombres están más cristalinos y no se escuchan más que el fragor de las olas y el tesón de los faros. Cuando aún no hay ni pájaros ni dolor a la vista. Parten con galeradas de mensajes bellísimos y atractivos volúmenes de entusiasmo y respeto. Lentas, custodiadas por sal y por gaviotas, avanzan hacia el amanecer del territorio humano. Y allí descargan júbilo y urgentes embalajes. La Humanidad está carente de verdad y de aliento.

En el amor yo advierto cómo saltan los corzos desde octubre a tus brazos. Cómo bajan los ríos a recorrer tu risa. Y todo lo posible levanta en ti su vuelo. Presiento cómo el bosque deshoja infinitud. Y el otoño abrillanta el eco de su púrpura. En el amor la vida es muy distinta. En todos los pasillos la libertad transcurre. En todos los espacios hay luz para el afecto. Los colores se asoman más que nunca. Aminora el temor y agigantan las fábulas. Surgen a cada paso pretensiones y metas. Rutas inacabables, impensables paisajes. Y todos los caminos nos allanan el suelo.

Hay tempestades en el amor. Borrascas necesarias, vendavales clementes. Y consecuentes lapsos de bonanza y silencio. Y estaciones sin nombre de tan indescriptibles. Y noches estrelladas con la tez más hermosa que pudiera mostrar el firmamento. Hay jornadas tan nítidas que se ve hasta el olvido; se perciben los huesos de la fugacidad. Y nos sentimos dioses; por un momento, vastos, con ardor de volcán, con anchura de mundo, con entidad de océano.

En el amor florecen la fiebre y la inconsciencia. Pero el tiempo acaece con premura distinta. Como siempre y en todo, con prontitud de vértigo. Y en un cerrar de ojos lo que era ya no es. Y en cada proceder nos devora lo efímero, nos oprime lo eterno. Son más breves las rosas. Es más alto el abismo. Nos hiere más la brisa que jamás pasará. Nos quema más la hondura de los versos. Y entendemos mejor la nada que nos urde. El amor tiene forma de palacio encendido y desprende un aroma de plenitud y fuego. Lo mejor es vivirlo intensamente entonces, cuando llega y se posa y nos deja rozarlo y construirle un nido y protegerlo. Lo peor es mirarlo, asumir su vejez, descubrirlo sin fuerzas, aceptar que es la hora, como siempre y en todo, de besarlo y perderlo.

(C) Aurelio González Ovies

Se necesita un ser: la poesía de Aurelio González Ovies en Foro Confabulario

Vengo del Norte


Poesía... eso que aprende el corazón, dijo Jacques Derrida. Y también dijo: "Yo soy un dictado, pronuncia la poesía, apréndeme par coeur [de memoria], vuelve a copiar, vela y vigílame, mírame, dictado, ante los ojos: banda de sonido, wake, estela de luz, fotografía de la fiesta de luto..." Los versos de Aurelio González Ovies no son pertenencia a los papeles, sino forma y contenido de la Memoria. Memoria... Mnemosyne... Canta, oh Musa y envuélvenos en el viento sagrado de tu voz, llévanos a tu libro, que es el Norte de los Nortes al vuelo de un solo segundo.



La magia surcó el espacio blanco habitado de azul y envuelto en un manto de lluvia del Foro Confabulario en San Juan del Río. Los versos de ese libro, Vengo del Norte, recorrieron a pie caminos que no se veían, pero que se sentían partir del mismo principio de eso que se llama corazón. El corazón de todos. Otra vez la tríada que se ha venido develando entre nosotros: VOZ PALABRA CORAZÓN.  Tríada que escapa a la voluntad, a la planeación y a la intemperie y que levantó sus alas en esa tarde lluviosa de la librería que cumple un año, un ciclo completo de siembra, de agricultura en los campos de la palabra. Era natural que la Poesía accediera a descender del Norte de los Nortes para convertir el lugar en un diamante o en un aleph, en una cueva del sagrado viento y en una Palabra fundadora. Mirada en la mirada, mano en la mano, los versos se dirigieron a cada persona y en nombre de todos los que recibieron esa luz, el padre de una niña de 12 años, al finalizar el tiempo del encuentro poético, agradeció con lágrimas en la voz y ojos temblorosos las palabras de Vengo del Norte que fueron dedicadas a su hija.

Ese círculo cesó y siguieron otros. La celebración de aniversarios rebosaba diversidad y voluntades. Y volvieron las letras del poeta asturiano en otro tono y para ese destinatario por el que todos trabajamos: el niño en el hombre. Los versos de Rima siempre, que hace 5 años fueran adaptados levemente para los niños de Querétaro fueron acompañados en vivo por ese Orfeo mexicano que es el pianista y compositor David García. Versos que con ligereza de ángel y en risueño tono tocan la esencia de los poético, la escritura misteriosa que urde el mundo en bellezas y sentidos





Pero Se necesita un ser... y esa necesidad del Verso que nos circunda nos enlazó casi al final de esas dos horas y media de palabra. Ya los policías del Programa de Lectura y Prevención del delito se habían comprometido, desde el día anterior, para unir muchas voces en una sola mirada y aprender para el corazón el poema Anuncio por Palabras, que también fue ofrendado a los asistentes confabulados en un único sentir de belleza, y que se vieron ocupados, como Elvira Velázquez, la directora fundadora de la librería, en el maravilloso ejercicio de calcular el radio de los besos...



¿Cuál es el alcance de esta irradiación poética bautizada de lluvia? ¿Será incalculable, tanto en el tiempo como en el espacio? El espacio y el tiempo que se levantaron esa noche de la poesía voz-palabra-corazón de Aurelio González Ovies nos protegerá por siempre del olvido y nos ha escrito también para siempre en las páginas que vienen del Norte.

 

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