Los poetas



LOS POETAS

Los poetas, si existen, conocen el pasado del agua y de la brisa. La premura de su naturaleza. Frecuentan el dolor y la esperanza. Los poetas, si pueden, sangran sobre las rosas. Hablan por las caléndulas y los albaricoques, transmiten su bondad, anuncian su grandeza. Invierten su silencio en la salud del cosmos, en buscar equilibrio entre el tiempo y la nada, entre el frío y la nieve. Ellos sufren en todo lo que late y respira. Sufren por la madera de las barcas que pudren y por la dura roca que perforan las máquinas. Por la fragancia a mayo y a madreselva. Comparten su tristeza con el trino del alba y el camachuelo, transfieren su belleza a la inexactitud de la palabra. Ellos son los que impiden el olvido y el nunca y las noches perpetuas.

Buscan en todas partes las huellas de la luz y en todas partes plantan una estrella. Preservan lo que aún queda de nosotros, del pájaro y la lluvia. Contradicen el humo y sospechan las fechas de la fugacidad. Por eso escriben con voz de vértigo. Por eso miran con mirada herida y en la bonanza no se enaltecen. Por eso añoran instantes idos y cifran en el pasado su total permanencia.

Los poetas, sin duda, no pactan con el mundo ni con los comandantes. Ni con las devociones y sus falsas sirenas. Huyen de los corrillos y los aplausos. Se sienten menos solos en soledad, se apartan del fervor y la simpleza. Cantan sobre su abismo el inmenso abandono de los seres humanos e insinúan plegarias firmes como la roca, efectivas y eternas. Registran las ausencias y los aconteceres. Asumen lo que ven y le dan nombre. Prevén lo que será y le ponen letra. Sólo ellos suponen los sueños de los árboles y el sabor de la sombra y el cansancio del sur y las veletas.

Persiguen las imágenes, que apenas se mantienen, la verdad que se esconde detrás de cada espacio, la pasión que germina dentro de cada gesto de la tierra. Comprenden el asombro y propagan sus símbolos, dispersan sus vilanos. Aman la distorsión y la extrañeza. Procuran cercanía sin proximidad, confianza y cariño no en exceso; y pretenden el bien sin beneficio. Y quisieran que nada vedara libertad, que nada envenenara, que nada entorpeciera. Que nadie fuera un poco más que nadie. Que nadie defraudara. No saben de negocios ni de timos. No son conscientes nunca del precio, la casta o la ralea.

(C) Aurelio González Ovies
La Nueva España

Para María García Esperón




PARA MARÍA GARCÍA ESPERÓN. MADRID, 19-5-2015

Aurelio González Ovies

A María le debe la Antigüedad un mito,
una ensenada próxima a la palabra tiempo
y el laurel más frondoso del silencio de Ítaca.

De María fabrican en Fenicia fragancias
y le han puesto su acento a los mejores vinos.

A María le ofrendan las estatuas su estima
y, al escucharla, forman un esplendente séquito
por su cadencia urdida con vocales marinas
y tinte del instante más puro y más intenso.

Por su voz invasiva como un bancal de niebla.
Por su arraigo de olivo en las antiguas fábulas.
Por su pasión tan cóncava como un palacio inmenso.

A María le debe Virgilio unas proezas. Y Roma unas lucernas
y unos mansos corceles
y Alejandría epítomes donde prendan papiros en la humedad
del verso. Y Tiro velos tenues tejidos con la estela
de trirremes y naves. Y Micenas dos tardes de siroco y crepúsculo
por los brazos de Homero.

A María le gustan las diosas que se peinan en el humano espejo
de la aurora
y añoran la textura del agua y la resina.
Las diosas que recuerdan su casa y su pasado,
sus ocas vivarachas, sus matas de romero
y el retorno tranquilo de los bueyes rendidos
y el olor de los lienzos batidos por la brisa
y el romper de las olas sobre las escarpadas riberas de Cartago
y las manos de un padre veraz y consejero.

Le entusiasman las diosas que piensan con temor la muerte inexorable
de sus seres amados
y ambicionan la púrpura de los días comunes,
los almuerzos que bullen en las humildes redes,
los hermanos que aguardan con el pan en la mesa.
Diosas desengañadas, anónimas y esbeltas como el ciprés de Jonia.
Diosas de carne y hueso.

A María le hechizan los dioses que sonríen y sueñan con sembrados
de paz y espantapájaros, con los antepasados
que les forjan sandalias bajo una higuera anchísima,
y los fieles muchachos con los que recorrieron su infancia
luminosa.
Los dioses que aún lloran, sin pudor ni desmérito, al mirar las estrellas
bajo una noche vasta
de verano y chicharras
y se encuentran tan solos que darían su reino a cambio de un abrazo
o de una hora de vida verdadera.
Los dioses que quisieran asomarse a los puertos y empaparse en la plata
de los peces muy frescos.
Los dioses que a menudo, sin reverencia alguna, visitan las tabernas
y narran su rutina sobre un mármol tallado o el hombro de un paisano
con quien toman un trago.

Le atraen las heroínas que caminan descalzas y sienten en sus pies
el calor de la arena que pisa el pescador o la esposa bendita
que recolecta algas y finas caracolas. Las que tatúan su carne
la efusión que lleva
a cruzar los océanos por el amor de un día y un tacto para siempre.

A ella le fascinan los héroes que pierden un feudo y una gloria
para ganar un beso.
Las verdades perpetuas, los épicos mensajes
de un hexámetro en flor;
le inflaman los dialectos que desprenden salud,
los príncipes que vuelven a su pueblo y su ayas.

(Por todo ello, María, gracias desde los clásicos
y desde aquí y ahora.
Gracias por acercarnos a estos mapas lejanos
y a estos nombres tenaces.
Gracias porque ellos viven
a través de tus cantos y de tus letanías
y de estar menos muertos).


Vengo del Norte en Santa Marina de los Cuclillos


Pablo Álvarez coordina un entrañable taller recital sobre Vengo del Norte, de Aurelio González Ovies, en Santa Marina de los Cuclillos, parroquia del Concejo de Sieros, Asturias.

El 25 de mayo de 2015 en un enorme regalo de la vida, pude asistir al Taller Recital que Pablo Álvarez venía preparando en la hermosa comunidad de Santa Marina de los Cuclillos, con un grupo de personas entregadas a la poesía y a la magia que desprendieron los versos y la persona de Aurelio González Ovies.

Quienes conocen personalmente al poeta ya saben que es todo sencillez y humanidad. En esa ocasión cada objeto y cada gesto, cada persona desprendía una fragancia de verdad, cada palabra era Evangelio y tanta sinceridad componía un bello poema humano que era el espejo de ese Vengo del Norte, libro precioso nacido de la vida y devuelto a ella esa tarde mágica.

Hay algo aquí parecido al olor del infinito, que es uno de los versos del poema, era ahí también un olor de Eternidad, de tiempo original, ascendente, bautismo, comunión, sacramento, vida. Todos lo sentimos, cada quien desde su momento y desde su mundo interior. Era un don, un don del Tiempo o del Destino o de la Palabra y conversaban como si tal cosa, con Aurelio, que también habían masticado la cal de las paredes y visto estrellas de carburo en el alumbrado rural y el sentido que hay en todo y que está deletreado -lo sé, lo juro- en ese Vengo del Norte sembrado de bellezas, de seres humanos, de  tierra y trascendencia, de exilio y bondad, nostalgia y camino.

Algunas personas encuentran en determinado libro una vivencia de eternidad. Abro las páginas de Vengo del Norte en cualquier formato y se encienden todas las estrellas del firmamento del alma. Ver el libro en su edición primera y única sobre esa mesa cubierta con un mantel a cuadros, rodeada de personas de rostro verdadero, sin artificios ni poses literarias, con Pablo redondeando las sesiones previas que había tenido con ellas, el mismo Aurelio tan grande en su humildad como siempre... que esa escena ya es también para mí página de este libro infinito con todas sus estrellas encendidas. Yo estaba literalmente encantada, pensando que esa página era la del primer segundo de la eternidad, como el monje de la leyenda que escuchó cantar a un ave y vivió mil años felices en un instante tan solo.

Compartimos además una merienda deliciosa, fluyó la sidra, y una señora que en realidad era un hada confeccionó unas deliciosas galletas con las letras de Vengo del Norte. Otros seres mágicos había, poseedores de un tiempo interior diferente, que Aurelio entiende bien, siendo uno de ellos su maestra. Y presencias invisibles, cuyo aliento y amor podían sentirse en esa tarde asturiana donde la Palabra del más grande de los poetas nos entregó, breve luz para siempre, la vida verdadera.

(María García Esperón)



















Sólo lo fugaz permanece

Desde mi corazón

Falsa perspectiva

De nuevo, Penélope



DE NUEVO, PENÉLOPE

(A la mujer que habita en un banco de Pumarín, en Oviedo)

Espera desde hace meses en La Plaza de la Once. Lleva dos grandes maletas y un paraguas y un sombrero. Lleva lentes y un abrigo. Lleva una mirada triste, como muy sola y cansada. Botas blancas y tejanos y una trenza recogida por la tela de un pañuelo. Cuando el sol calienta mucho se recuesta en una almohada, sobre el césped del parterre, a la sombra de un morero.

Espera como quien sabe que nunca pasará nada. Como quien tan solo espera por agotar la rutina de tantos días enteros. Espera desde temprano y se pasa las mañanas reclinada sobre un brazo, en detenido silencio. Bebe unos sorbos de agua. Observa. Ve cómo vamos, venimos; ve la prisa que nos ata nada más amanecemos. Cambia de banco, coloca las maletas y el paraguas. Come con desgana y echa trocitos a las palomas. Y dice adiós a los niños. Y saluda al barrendero.

La gente observa extrañada. ¿Quién será, de dónde viene? ¿A quién aguarda tan tardo? ¿Qué busca con tanto empeño? Nadie se acerca y pregunta si está bien o necesita que le echemos una mano. Nadie conoce su historia, ni su cómo y hasta cuándo. Quizá sepa de nosotros más de lo que nos creemos. Porque lleva ya dos meses sin moverse, allí, observando cómo cruzamos jornadas, cómo pasamos la vida cual autómatas auténticos.

Habla inglés. Me han comentado que es educada y cortés. Al parecer, sueña con ser algún día presidenta en Reino Unido. Y mientras tanto ahí está, con su pose y su sombrero. Con su equipaje y gabán. A la espera, en su mudez. Pide una casa y calor y un trabajo, si es posible, que es lo que en este país, tan avanzado y flamante, no tenemos.

Aurelio González Ovies
13 de agosto 2014
Cartas al Director
La Nueva España
 

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