Sombra de otoño



El olor de la higuera a menudo me lleva hasta tus brazos. Todo, en otoño, guarda una enorme tristeza. Las calabazas solas en el suelo pelado de las huertas. La nube que se aleja como un niño cansado. El roto espantapájaros que cuidaba el maíz entre el narvaso húmedo. Las castañas que secan sobre el papel de un diario en el alfeizar. Las botas de algún padre a la puerta de casa. Los cuartos que ventilan, tras el balcón abierto. El gato que se duerme, con su pelusa hermosa, dentro de una madreña. La hortensia que plantaste junto a los crisantemos. Los crisantemos blancos que ahora son para ti. El barreño posado sobre el brocal del día. El jabón que perfuma la colada soleada. El origen del pan. El bote de la nata que duerme en la fresquera.

Todo oculta, en otoño, una especie de asombro y de melancolía. La espadaña que asoma, a lo lejos, cansada. Las campanas que tañen somnolientas. El petirrojo tímido que salta en tus pupilas. Las manzanas caídas como un don inservible. El rosal que, tenaz, florece entre los muros de una heredad desierta. El tractor que se pudre entre ortigas y zarzas. El ladrido del perro que aguza el cazador. El disparo sombrío que da muerte a la presa. Los árboles sumisos que derraman su anchura. La gaviota extraviada que grazna en la ciudad. El bullicio del mundo con toda su fatiga y todas sus sirenas.
Todo anuncia, en otoño, una sombra cercana. El riachuelo raudo que en breve se congela. Los ancianos que salen de paseo, abrigados. El labrador que aparca su afán y sus aperos. El tinte del crepúsculo, la púrpura del brezo, la orfandad de la tierra. El crujir de los cuerpos, la edad que avanza firme. El herbazal que tupe la voz de las aldeas. Los caminos que cierran para siempre. El pescador con una mar de trabas. La mina y los candiles que se extinguen. El ganado que, año tras año, mengua.
Todo, en otoño, sabe a memoria y a humo. Todo contiene gusto a sosiego y madera. El cobre de la luz que tarda en despertar. La brisa y su galbana sobre las hojas secas. El paso de las horas y su espacio insalvable. La fugaz indolencia de un domingo cualquiera. La metáfora anchísima del invierno tan próximo. Las aves que se van. Las chimeneas calladas. La lluvia y su cadencia. Todo en otoño es víspera de poema.

Un poema en asturiano en la Librería Juan Rulfo en Madrid el 4 de octubre de 2016



Ubi sum

Aurelio González Ovies

Yo sé que nada regresa, que nada
vuelve nacer, que lo que tuvo
nun ta, que nada ye lo que fue.
Eso sélo, ya lo sé. Sélo dende bien
pequeñu, dende que vi que crecer
yera dir dexando atrás aquello qu'ún
más quier: les caleyes que conoz,
la mano que nos calez, el corredor,
onde'l mundu paecía lo que
nun fue. Dir dexando atrás.
pa siempre,
todo lo que nos fizo ser/ a la imaxe
y semeyanza/ d'aquellos que nos
amaron/ como naide más nos quier.
Pa siempre, pa siempre, atrás,
como mañana y ayeri, como l'agora
y el llueu, como l'antes y el después.
Pa siempre, siempre pa siempre.
Eso sélo. Yá lo sé.

Y onde toi / nada permanez que puea /
devolveme dalgo fe / nes mentires
que me valíen pa siguir tando de pie,
pa engañame día tres día, qu'al fin
y al cabu, nun ye / más que l'embuste
la vida: perder, guerriar pa perder,
encariñase, sufrir, pa, al fin y al cabu,
perder.

Onde toi, miro, respiro y noto
que me duel reconocer que nun topo
nada apenes no que me reconocer.
Namás que'l cielu, el regueru,
la figar, la mar, les peñes y dalgún
cachu paré, au s'echen les llagarteses
a asolinar. Esto ye / lo que me queda, lo que
soi de lo que fui, más lo que nun pude
ser.

La realidad es otra



Con los ojos del poema veo el mundo de otra forma. Alargo la longitud y estanco las diferencias. Se me agigantan los sueños y la realidad desborda. Siento que me hieren menos las presencias insalvables; y que ya no me hacen daño ni las palabras sin fondo ni el triunfo de la derrota. Subo a las salas del tiempo y examino sus probetas, comprendo por qué sus lapsos, por qué su eterna premura o, en el dolor, su demora. La poesía me salva de la común indolencia y me acompaña, infalible, con su humildad campesina, como el aire del que vivo, como el silencio y la sombra. Me concede libertad y me acoge en sus delirios, desprendida, a cualquier hora.
La poesía es un estado de ceguera perspicaz, un incontrolable instinto de pasión desoladora, una fiebre, un acueducto que nos exilia del alma y nos trasborda a la sed, como cuando se es muy joven, brillante como la luz, y el corazón se enamora, y el amor enciende a diario, cada noche, sus luciérnagas y asistimos a sus templos en cuadrigas de deseo, con desbocada emoción, igual que el fugaz ahora.
Con la poesía alcanzo los páramos imposibles y desde su majestad me engrandezco y vocifero, nombro lo que no se nombra. Recupero trascendencia y dilato el sentimiento y accedo a todos los túneles de la infinita memoria. Yergo verdades ocultas, desentraño incertidumbres, confieso remordimientos y escucho lo que susurra la lluvia sobre las rosas. La poesía me ayuda a arrastrar lo que ignoro, a suponer lo que habito, a sospechar lo que falta en virtud de lo que sobra. Y me es necesaria siempre, por lo que me hace vibrar, por lo que canta y no dice, lo que sugiere y preserva, lo que actualiza y añora.
Y adivino en tu carácter montañas y riachuelos que desembocan en lunes, casi al pie de mis orígenes, muy al norte de la historia. Percibo las intenciones injertadas en tus labios, admiro la magnitud de cuanto pronuncia el humo que se escapa de tu voz, los fragmentos de belleza que emergen de tus lomas. Pronostico la salud que aún permanece en los pájaros y en qué rincón del otoño, como mi padre hizo un día, la muerte me cubrirá con el ocre de sus hojas. Sé tanto como el espacio, soy más que un instante apenas, me acerco a lo inaccesible, espanto lo que me asola. Y en ella amarro las bridas de todo cuanto me tienta, de cuanto miente y me atrae, de cuanto pierdo y me llama, de cuanto espero de ti y jamás conseguiré por ser la vida tan corta.  

Aurelio González Ovies

Vengo del Norte: Amistad, Amor, Palabra en la Librería Juan Rulfo



Vengo del Norte, de los acantilados de un destierro... La voz de Aurelio González Ovies se escuchó en el acogedor ambiente de la Librería Juan Rulfo del Fondo de Cultura Económica en Madrid colmando a todos de altas, sublimes emociones.
Habíamos preparado este encuentro desde el pasado abril en donde en la misma Librería dejamos la promesa de volver dejando surcos llenos y un retorno, como dicen las palabras del libro que ahora nos reunió y que se llama Vengo del Norte.
Poesía es eso que sucede en el corazón. Poesía es reunión humana, transformación y encuentro. Es voz y mirada, calor y una alegría muy íntima, que sucede en la interioridad sagrada de cada quien. Todo eso vivimos esa tarde del 4 de octubre de 2016, donde la hospitalidad de la Librería encabezada por Francisco Ruiz Barbosa se abrió a la palabra que viene del Norte como una fruta madura de oportunidad para que acontezcan milagros.
Milagros sencillos. Maravillas cotidianas. Amistad. Amor. Palabra. Y Patria. Una nueva, recién nacida patria de palabra en la que los caminos se reencuentren y enriquezcan con las experiencias del Norte, con los sentires del Sur, en ese espacio simbólico que encierra el nombre de México y que es el del centro del mundo. 
Lugar de reunión, de puesta en contacto entre los orbes. Más que una presentación de un libro, Vengo del Norte en la Librería Juan Rulfo fue una comunión con esa enorme potencia de la palabra y esa dimensión de la esperanza que se llama Poesía. La Poesía de Aurelio González Ovies.


Aurelio González Ovies con sus álbumes de poesía infantil, presentes ya en Librería Juan Rulfo

Pedro y Carolina, de México, fueron los primeros en llegar

Aurelio firmando ejemplares de sus libros

Francisco Ruiz Barbosa, Gerente del FCE España e Isabel Bueno en un momento del rccital

Disfrutando la palabra de Aurlio González Ovies. A la derecha, Angélica Menzinger, que hizo una hermosa lectura

La Librería Juan Rulfo nos hizo sentir bienvenidos en todo momento

Aurelio y yo antes de empezar el recital

 

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