Lejanos agostos
Qué vergüenza decir que nuestros padres
trabajaban el campo,
cuando nos preguntaban de quién éramos hijos
y qué curso estudiábamos.
El pueblo se llenaba de vacíos veraneantes
con dinero
que nos daban galletas de marcas extranjeras
por jugar con sus niños, pálidos y amedrentados,
y enseñarles un árbol
o una hormiga.
‘Somos hijos, señora…
(Somos de esa mujer que canta,
del hombre que la sigue tirando de una mula,
ya ve cómo nos sabe el corazón a monte y tierra…)’.
(De La Edad del saúco. 1987)