III Yo soy el mensajero de los atardeceres
III
YO soy el mensajero de los atardeceres,
de las horas granates que apiñan las frambuesas.
Soy la hora que nunca regresará a su sitio.
Soy el conquistador. Soy el atardecer. Vengo del Norte.
El ganado está manso como un pantano de oro
porque el mundo es pastor en esta orilla
desde hace muchos siglos,
yo lo vi merendar manteca y miel silvestre.
Algún día tendremos una casa,
algún día seremos dueños de una pomarada
donde la eternidad despierte con los gallos
y te ayude a peinar a nuestros dos mil hijos.
Vengo del Norte como la blanda niebla
que masticáis vosotros en las bodas del viento,
como el rostro moreno de la brea con que encendéis
los libros de la noche,
como las golondrinas que escapan de las cuadras
al reventar la seta del otoño.
Ella llora porque ha dejado atrás una cruz de violetas
encima de su raza,
porque sabe que aquí ahorcará su memoria
en esta lluvia de árboles que no hubieran nacido.
Los pastos están rotos,
pero traigo un arado con los dedos de un dios
que arañarán la tierra hasta tocar los huesos del primer
enterrado.
Ella rota un molino cada vez que me mira
para pedirme amor entre la hierba alta,
cada vez que me sube a los graneros donde la voz
deposita su harina indescifrable.
Os traigo una noticia envuelta con hojas de castaño,
una noticia fresca
que necesita tiempo debajo del estiércol,
pero será tan grata como la novia nueva
que grita cuando rompen su blanca idolatría.
Ayudadnos a descargar nuestra carreta;
que ella se pose despacio
como una edad que acaba de romperse las piernas
y necesita esclavos para bajar la vida.
Veo que está la noche cantando como un grillo
y que vuestras esposas han encendido el fuego.
Podéis iros,
que el vino sólo tiene un momento como las decisiones.
Mañana volveremos a vernos
cuando el rocío enmarque cristales a otro día
y amanezca de nuevo la palabra distancia.