Y entonces


Y entonces se limpiaba las lágrimas
con los puños de su camisa.
Hablaba de los barcos,
de baúles cargados, de las tormentas
de su casa de América con palmeras
y aljibes y potos gigantísimos.
Recordaba a las indias con su piel de coral
y se callaba -quizás un nombre propio, muy moreno-
y se quedaba absorto, observando las nubes,
y lloraba en silencio
porque el recuerdo estaba vivo,
en el hombre sin nada, sin nadie,
sin sí mismo.
Nos admiraba su sabiduría en las tardes vacías
del domingo,
nos intrigaban su voz, sus lentes, sus manos como
nudos,
su tanta vejez achiquillada.

Siempre hay en nuestro origen algún sabio
que muere por no decepcionarnos.

(A José, in memoriam)

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