Palabras en obras


Palabras en obras, veladas por los lienzos de los restauradores, que posiblemente no serán nunca expresiones definitivas, con las que referirnos a lo repentino y olvidadizo. Desconfiadas de lo que decimos, apartadas de la ideología y los ismos gremiales de los diccionarios. Dadas de sí por el uso y las modas, traicionadas, vacías y pesarosas, arrepentidas de haber arrendado su eco. Arrepentidas de haber manifestado lo que no debieran ni representan.
Existen palabras como frascos de esencias muy vetustas, que al ser destapadas nos aturden. Como candiles, para facilitar el acceso a la noche y a los desvanes de la memoria y el abandono. Como estampidos, para acobardar a los furtivos que merodean nuestra soledad y nuestras convicciones. Como aguaceros, para los ciclos de sequía y sed. Como cielos despejados, sin nube alguna, para creer que somos verdaderamente felices. Como sangre inesperada y golpes terribles, para aceptar que nos debemos a los contratiempos y a la desdicha.
Al menos, con las palabras que suben a mi voz, muero paulatina y decididamente; vivo en frágil paz y en desorden, contrarío la voluntad de los jerarcas, desoriento suspicacias, tergiverso el automatismo, improviso rumbos y contingencias, redimo represiones, blasfemo y atento contra mi actualidad y sus desastres, contra mi existencia y su superficialidad y sus sacrílegos alfabetos. Con las palabras, al menos reflejo mínimamente la sombra de lo que soy (La Nueva España, 30-07-08).
 

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