Siempre traían sombrilla


Siempre traían sombrilla
y maletas y perchas y los coches
muy limpios.
Veraneantes puntuales como junio.
Entraban en la casa, abrían
los balcones,
sacudían las colchas
y enseguida se iban a tomar el vermú
con un aperitivo
           -qué palabras más raras-
y a jugar al parchís, a la sombra,
debajo de la parra.
Los muchachos comían, ansiosos,
gran parte de los días
en mi casa,
preguntando por qué había tanta fruta
en nuestra mesa
y potas con comida,
si mi padre era un simple
conductor
del camión de la basura.
            -Y a mí qué me importaba!-.
A finales de agosto,
a mi madre le daban muchas veces
las gracias.
Un año me dejaron el pájaro
y la jaula.

El pueblo oscurecía muy temprano
y caía la lluvia.

Desprendía su humo la tristeza.
Calor. Tierra mojada.

Al alejarse, las bacas de los coches
apiladas de bultos y de magia.

Me quedaba el invierno.
 

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