Todo presente



¿Qué sabíamos nosotros del dolor y la angustia? Era todo presente. A lo largo y lo ancho de la tierra. Presente sin después ni antes ni otros lapsos. Presente vasto y limpio, como el agua que baja de la nieve, como un cielo después de la tormenta. Presente agigantado. ¿Qué podía velarnos la incipiente alegría? Amanecía la vida con esas simples cosas que dan forma a la vida: la voz del pan, el perro que madruga, el eco sobre el yunque que cabruñaba el día, el canto de algún mirlo, el rebuzno del burro, la roldana oxidada que sujeta un caldero, el olor del ganado.

Las mañanas venían envueltas en neblina, pero el sol despuntaba bien temprano y entraba por los árboles como un sable de plata y humeaba el paisaje y había telarañas que brillaban, mojadas, entre las ramas verdes de los manzanos. ¿Fue verdadera aquella estancia pura? ¿Eran sus horas de tiempo más inmóvil? ¿Duraban sus instantes lo que abarcan los años? ¿Y qué tiempo era aquel con tanta dimensión?¿Cuánto existió su breve eternidad? ¿Desde dónde hasta cuándo? ¿Qué fulgor irradiaba la anchura de aquel orbe? ¿Por qué deja la luz de ser la luz que fue? ¿Y quién restaura la luz que se apagó para que, en la memoria, siga alumbrando?

Todo presente. Moisés, Marivi, Yolanda, Satur, Gloria, Ras, Monchi, el Nene, Pablo. Olvido, Pepe. Bañugues, Luanco. Allí empezaba el universo. Y allí acababa, junto a esos nombres, justo a la vera de su pasado. Entre las casas que suponían el mundo entero, entre sus huéspedes, José Ángel, Carras, Blanca, Ramón, Charo, Belarmo. Pero los nombres, ¿qué son los nombres? ¿Qué llevan dentro? ¿Tienen guitarras o cascabeles? ¿Fondo de mar? ¿Por qué persiste tanto su cántico? ¿Son caracolas? ¿Por qué se escucha en su interior todo lo nuestro, a veces, nombrándolos?

Fe doy de que habité tardes enteras por los más bellos linderos del verano. Tardes llenas de hombres y mujeres, con sombreros de paja y cestos con merienda, que trabajaban siempre y siempre era cantando, ya fuera entre la hierba, o bajo la fatiga, o tras la fría guerra o encima de los carros. Tardes que percibí como una dulce herida que iba a permanecer en mí con sangre fresca. Tardes de maizales con brisa leve que abanicaba sus tiernos brazos. Fe doy de que fue así, mas se me escapan señas y derroteros y fechas ciertas. No podría volver, ni siquiera afirmar dónde situarlo. Difícil retornar ni a un mismo sueño. Imposible pensar hacia quién dirigirme. Me faltan leguas. Me sobran pasos.

(La Nueva España, 17-08-2016)

 

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