Nada transitable nos queda atrás, Manolo, amigo. Nada con latido. Atrás es nunca, por más que un día haya sido un ahora, por más que fuera entonces y realidad segura. Posee árboles y montañas esbeltas y ríos que transcurren con caudal soñoliento y rebaños que pastan en laderas valladas con luz inverosímil. Y fresnos que dan sombra a la siesta de los antepasados segadores. Atrás es todo, espejismo constante de nuestra trayectoria, perspectiva ilusoria del hoy para el mañana, panorama de sombras. Atrás es siempre, a cada paso, a cada instante, coexistencia muerta de lo que pudo ser y no ha surgido, de lo que acaeció tan noble y pasajero, de lo imposiblemente cierto e inexorablemente huido.
Podrás escuchar mirlos en las proximidades de la mañana. Y verte corretear bajo los avellanos con las piernas heridas por el sol y las zarzas. Y cazar saltamontes y grillos por las cuestas praderas del pasado. Podrás adormecerte en los cuartos pintados de verano y frescor, con balcones abiertos de par en par y el baño de claridad de luna. Podrás, inevitablemente, asomarte a la noche y oler la actualidad del estiércol en julio, pero sin acercarte demasiado a la fragilidad de su apariencia. Sin estirar los brazos y querer abrazar ninguna imagen. Romperías los hilos de la tela de araña que nos une al ayer y caerías de bruces a la vida.
Sentirás a menudo que te llaman tus seres, desde el fondo del humo, desde los almacenes donde se amontonaban los sacos y la escanda, el tinte para luto y abrigos de los difuntos. Escucharás sus pasos sobre las falsas vigas que apuntalan el peso y los pasillos de la extensa memoria. Y al mediodía, los platos y el eco de las tapas de las potas, y el vaho de los pucheros que aún cala en la felpa de las horas y en tu ropa de diario. Los verás como eran, con su carne y sus gestos. Mas déjalos vivir su eternidad, no los avives; si acaso los nombraras, si a ellos te acercaras en exceso, sus partículas leves, como cuando desprende la madera muy vieja el polvillo de huecos y carcoma, desplomarían en ti su falso brillo.
Acudirás muchas veces a rincones perdidos para cualquier futuro y a guardar equilibrio por las piedras y el musgo del reguero inmutable. A fragantes comarcas de manzanos y guindos y sanjuanes. Y en tu gusto y tu tacto se posarán el volumen intenso de la hierba cortada, la personalidad de las cerezas, la mansedumbre del arándano, y paladearás el jugo de la infancia, la joven acidez de los deseos. Te allegarás a la edad del bocadillo tierno, al bálsamo del pisto en las cocinas al declinar la tarde. Y querrás que sean ciertos los antiguos sabores, el tocino tostado apretado entre el pan, la blandura del plátano y el dulce elaborado, con lentitud, en casa. Pero no serán más que aromas protegidos en las alacenas del olvido, ramilletes de nada que desecan y sanean tu nostalgia como cañas de arbustos saludables. Remordimientos, bayas agraces muy amargas.
Oirás el cabruño del crepúsculo, el filo mineral de las guadañas, lamentos de venados y cuervos en la hondura del bosque. Mirarás cómo pasa, temprano con los gallos, un autobús de línea, camino al más allá, con viajeros que no habrán de retornar jamás. ¿Todo ha sido tan breve, tan dolorosamente vano, tan corta esta distancia enorme? Y sufrirías un frío como el que se guarece en haciendas vacías, en estancias cerradas, en sus muebles silentes. Pasarán por tus ojos orígenes y entornos. Nada de lo que es de todo lo que ha sido. Y quedarás pensando: vida, ¿por qué fluyes tan rápido? Tierra, ¿por dónde hacia el regreso? ¿Padres, por qué me habéis abandonado? Nada atrás, amigo. Cada después de ahora, cada antes del después, nuevo vacío.