Hoy de nuevo me contradigo
Ya sé que nada vale. Comprendo que es vacío. Entiendo que no quieran sus inútiles cargas. Adivino que a nadie le atraen sus espacios y que todos bajamos a sus solos dominios. Deduzco que es penoso avanzar con su peso. Presiento que es en vano arrastrar sus cadenas. Apruebo que renuncien a engarzarse en sus grillos. Si yo sería el primero que me iría muy lejos, que jamás miraría atrás desde el ahora. Sería yo el primero que rasgaría sus crónicas y arrancaría sus páginas y cortaría sus hilos. El primero entre muchos que ascendería a sus amplios monasterios de soplo y abatiría vitrinas y cofres y tratados. Y prendería fuego a almanaques y archivos.
Y desarraigaría cualquier rebrote súbito y desenredaría su actualidad caduca del posible presente que dejamos a medias, porque a vivir enteros, a vivir plenamente ni queremos del todo ni tampoco aprendimos. Yo, de veras, también estaría dispuesto a no volver jamás, a empezar desde aquí, un vertical camino, una ruta inflexible. Pero hoy, como otras veces, también me contradigo.
Y tantas cosas guarda que necesito a diario, por ver si estando inerte, entre sus trastos lánguidos y su supuesto suelo, me siento algo más vivo. Tantas gratas visiones conserva en sus pantallas, tantos cuerpos borrados separan sus canceles, tantos lugares míos heredaron sus límites que sin querer, queriendo, sí retrocedo y miro. Y revuelvo y rebusco y me adentro en aromas que casi había olvidado. Y con esos aromas me acurruco en su piel, que casi había olvidado. Y al tacto de su piel me resurgen latidos que casi había olvidado. Y cierto, entonces ciertamente, sumido entre lo muerto, regreso a mí, con menos del momento, pero mucho más vivo.
Sé que el pasado es nada, ceniza, polvo, céfiro, añoranza, residuo. Pero en sus alacenas hallo pomos tan viejos, porcelanas tan únicas, botellas tan amables, huele tan suave aún el vello del membrillo. Si abro sus armarios de luna y me introduzco desprenden sus maderas un contexto a familia, sus sábanas un halo a un jabón tan íntimo. Sé que el pasado es humo, lodo, ceguera, frío. Y sería yo el primero en abolir sus leyes, en prohibir sus cuartos confusos y vacantes. Mas, como en otras tantas ocasiones, soy frágil e insidioso, traiciono y me delato, no cumplo y sí predico. Como otros tantos días, me llevo la contraria. Ya sé, cualquiera me dirá, qué estupidez más grande, qué letras más tiradas. Lo sé, es así mi continuo errar al sinsentido.
(C) Aurelio González Ovies
La Nueva España, 24 de noviembre de 2010