Más fieles que nosotros




Son infinitamente más fieles que nosotros, fielmente más humanos, humanamente, menos perros. Son los que aguardan siempre, esperan siempre, sin pedirnos razón ni cuenta, tras la puerta en la que oyen girar las llaves. Los que nos huelen y nos identifican y se lanzan contentos, sin importar apenas de dónde aparecemos y a qué hora, sin demandar pretextos jamás, nunca respuestas. Son los que escuchan todo y nada dicen, los que no exigen algo a cambio, ni antes ni después, por su calor sincero y su leal y rápida existencia.
Los que van conociendo, poco a poco, la casa y sus espacios, sus instantes de paz y la hora de la cena y haciendo suyos trapos y algún viejo zapato, sin apartarlo nunca de su alfombra y su sueño. Los que miran atentos, sentados a tu lado, cuando husmean que no hay muy buena cara, que nos carcome algo, que algo no resulta, que algo nos aprieta. Y dan con la nariz en tu brazo abatido, pretendiendo menguar la pesadumbre y compartir la pena. Y miran con los ojos, redondos e inocentes, intentando indagar qué dolor nos abate, qué angustia o qué problema.
Los que duermen al pie de la mesita o enroscados al borde de la cama, con orejas atentas a los ruidos extraños, a la tos sospechosa, al respirar anómalo, al reloj cuando suena. Y conocen el orden sistemático de la rutina y el suceder de cada movimiento. Y te siguen sumisos hasta baño, a la cocina, como indefensas sombras. Y tiemblan como hojas de un árbol diminuto en las salas de los veterinarios y reclaman tu mano y tu presencia. Y se ponen nerviosos, como niños o ancianos que se ven desarmados y se muestran medrosos y lloriquean. Los que nada comprenden del mundo ni el fracaso. Nada de la ambición ni del desprecio ni de traición ni tretas. Nada del daño y los remordimientos. E intuyen las lesiones y nuestros desencantos. Y lamen tus heridas, al menos las que sangran. Y agradecen aún el pan y alguna sobra y una caricia o un gesto. Y saben dónde guardas el queso y las galletas. Y envejecen con todas tus costumbres, como uno más de ti, con su pelo ya débil y su imagen gastada. Al margen del final, seguramente. Porque son los que cuando, día a día, perciben que te vas, se resignan, se tumban, se adormecen, te vigilan y aguardan, y no se nos separan y, como siempre, esperan.

(C) Aurelio González Ovies
 

Palabra en obras Copyright © 2010 | Designed by: Compartidisimo