Diciembre con sus cumbres. La vida con sus ocres. ¡Qué altas hoy las nubes; qué sonoros los cuervos; qué gélida la luz, qué solemnes los montes! Hace años miraba con ojos muy distintos estas mismas estampas, estos pinos esbeltos, estas tierras calladas, la vejez de estos robles. Hace tiempo veía la hondura de los charcos, el lento amanecer, el candor del rocío y no pensaba más que en profanar su escarcha, cruzar sus paraísos, beber de sus licores. No apreciaba sino belleza inabarcable, libertad en esencia, avidez de vivir en todos los espacios, con el asombro intacto, con los brazos abiertos, sin temor ni reparo, sin pensar en mañana ni el poco pasado que concierne a los muertos ni en el corto intervalo que acaece a los hombres.
Diciembre. Soledad. Cómo ha cambiado todo? Contemplo una bandada de frágiles gorriones. Recorro la memoria mientras el cielo escampa. No encuentro en el camino más que signos certeros de lo que ya sospecho, armazones de alas, ocasiones inhóspitas como fiebre invencible, como sueños insomnes. Recorro las fronteras de la realidad, me adentro en sus contornos, rastreo sus rincones: no se oyen más que el eco y la humedad. Estas son las jornadas que me duele escuchar, que evoco, pero duelen. No intuyo más que el humo y la piel de la mar. Son estos los crepúsculos que menos me atestiguan y que más me corroen. Frente a mí el faro erguido, que jamás partirá, las desiguales rocas, que tan poco envejecen, el horizonte que, hoy, se intuye a duras penas. Las olas que amontonan basuras entre el ocle.
No me oigo ni a mí mismo, ni me quiero atender ni ansío que me escuchen (qué egoísta, qué yoico, qué simplemente simple, tal vez, piensen algunos). Pero este estado es el que más me complace, el que menos me pesa -muchas veces y nunca-, el que más significa, el que algo me supone: pasan largas horas y no hablo de nada, no me mido con nadie, pienso en nada y soy algo, un ser aletargado, un muy lejos, muy cerca, un ser que se respeta aunque no se conoce.
Un no sé qué que pide a gritos que le amen, un no sé quién que no ama por miedo a que le odien. Diciembre, ¡qué contraste! Yo me acuerdo de ti desde que éramos niños, desde que combatíamos con deseos y carámbanos. Pero nada es lo mismo. Sólo quedan los nombres.
La Nueva España, 9 de diciembre de 2012