Esta noche en el viento
están hablando todos los seres de la muerte.
Esta noche en el viento
hay un baile de pájaros inacabado.
Esta noche en el viento
las vidrieras del alma se derrumban.
Esta noche en el viento
han venido los árboles a deshojar la fiebre.
Esta noche en el viento
nadie sabe su nombre ni conoce su sitio.
Esta noche en el viento
han pasado cien años como un sueño.
Los labradores cantan con voz de vino dulce
algo muy parecido a nuestra infancia.
La grana de la ausencia empieza a desbordarse
sobre el muro
de estas largas tardes de cal viva.
Jamás podrán los hombres arrancarse su sangre
ni romper el espacio de las primeras manos
ni detener los barcos que parten con el tiempo.
Los labradores cantan y oscurece otro día
por detrás de los árboles.
Si los muertos vinieran no encontrarían su casa ni su luz encendida ni a su gato ni a su higuera fiel ni su naranjo. Si de nuevo volvieran no encontrarían su puerta ni sus aparadores ni sus viejos retratos ni sus paredes húmedas ni su ropa. Si los muertos vinieran decidles solamente la palabra distancia.
Nuestro pasado se escucha a través de las uvas y de este pueblo roto al que una gaviota solamente viene de tarde en tarde. Soy el antepasado de aquel espantapájaros que se quedó mirándome donde el tiempo se para a picotear sus plumas. Estas tierras están cosechando los niños que jugaron conmigo y volverán muy pronto con sonrisa de musgo y sandalias de cuero. Venid, quiero deciros cuántas horas se tarda en olvidar un nombre. Venid, quiero enseñaros la muela que tritura el grano de la vida. Venid, hace buen tiempo para sacar al sol las dudas, los abrigos, el silencio, los cuartos.
De tarde en tarde quiero que vengas a decirme algo, por ejemplo, que existes y sabes que existimos, que la vida no es todo tirar hacia delante sin pararse a pensar eso que ya no somos ni seremos ni hemos sido. Porque ¿a veces no te ocurre que has sentido una voz, un rostro, un gesto y se te abren los brazos... y es el recuerdo? ¿Conocías a José, Rosario, Inés..? Se han muerto. Tampoco están, tampoco, ni Gruñón, ni el silencio amarillo de tus dalias, y el mar desde tu casa se ve un poco más viejo. También yo he envejecido: mi voz, mi andar, mi cuerpo... Pero la vida es esto, ya se sabe: soñar que hay siempre tiempo para olvidar que uno puede ser atrapado en el intento.
Vista desde aquí la vida tiene un puerto y nuestras lanchas, amarradas al muelle, atardecen bajo un día cualquiera. Por qué sufrimos, si a esta hora se encienden las luces en los pueblos y los hogares empiezan a cerrarse melancólicos. Por qué, si las estrellas están tan apacibles como siempre y un grillo va enroscando el sueño entre la noche y un borracho da tumbos vida atrás y una mujer recoge la colada y un niño va feliz con su pelota y dios amasa mundo en sus molinos. Por qué sufrimos si mañana está siempre tan lejos de tan cerca y no sabemos nada de nosotros y nunca escudriñamos nuestra historia y nadie nos ha escrito todavía. Por qué sufrimos si sólo es nuestro todo mientras no lo perdemos y amamos cada cosa para no estar tan solos. Por qué, por qué sufrimos, si hemos venido aquí por no ir a ningún sitio, para encontrar un rostro que vaya encariñándonos, para coger un tiempo que vaya entreteniéndonos. Por qué, por qué sufrimos si cada hora que acaba nunca vuelve y cada adiós empaña una ventana y cada nombre se hunde en un olvido y cada olvido sangra tantas llagas.
Vista desde aquí la vida tiene un faro con una luz eterna que llega y mira y pasa.
Dile al faro que nuestra barca ha muerto, que ocupen nuestra roca otros dos jóvenes y que todas las tardes la arena tenga huellas parando las mareas. Lo siento de veras, pero tengo que irme hacia la tierra adentro de los míos.
Miraremos atrás y cuando estemos a la altura del recuerdo, habrá gaviotas planeando el mar donde fuimos como un niño de arena; habrá un pueblo descrito con cal viva y un camino hacia el verano. Diremos adiós y empezará el atardecer a respirar en los jazmines.
Tenía que deciros que mi vida limita al norte con los nombres propios de unos seres que han vendido sus tierras y se han ido. El resto de mi geografía da al mar y a las gaviotas y a la conciencia donde naufrago inexorablemente.
Acaso nos hemos confundido y la felicidad sea un perfume inacabado. Vida mía, todo envejece como tu piel y nadie llora. Mira, mira los árboles y los pájaros y el mar y los andenes y esta casa entrañable que nos cubre. Mira la droga de los dioses y los olimpos de la nieve. Hemos dejado atrás, sencillamente, todo lo que nos va dejando. Y es que la vida es así de rápida. Como un viaje a las rosas. Sí, es verdad que estás vieja toda tú: aliento tacto mirada pelo. Pero nada me importa mientras sigas aquí y nos demos calor en las tardes de frío; aunque ya nadie esté que pueda conocernos ni sepa nuestros nombres. Sí, es cierto que esta noche preguntarse a uno mismo a qué habremos venido resulta un desaliento. Es cara la felicidad, amada mía, tan imposible que a veces apetece bailar hacia la muerte girando en el orgullo. Pero aquí vamos, muriendo lentamente pero juntos. Juntos sobre todo. Y tus geranios quedarán siempre a la puerta y a nuestra higuera vendrán siempre los pájaros y a nuestro domicilio llegarán cartas como otoños. Todo lo mío- tuyo, todo deshojado.
A veces esta casa me entristece cuando cae la noche. Tus vestidos colgados en la percha, esta silla con restos de tu cuerpo, nuestra cama... No sé por qué, amor mío, tengo el presentimiento de estar amando en balde o de comprarte un ramo de ahoras los fines de semana. Vale más que dejemos de hacer nuestras las cosas, de escribirnos las fechas detrás de esos momentos en que somos felices, de regalarnos libros. Mismamente este cuarto me llena de abandono cuando antes de dormir me das un beso y me quedo mirando tus ojos que se apagan, tus cuadros, estas fotos, tus zapatos mojados, tu colección de botes de perfume. Mismamente esta hora se me queda tan larga cuando el tiempo es tan corto, que empiezo a perder ya lo que aún no he perdido: tu nombre pasajero, tus labios pasajeros, tus collares, tus cartas, tus muecas, tu sitio.
Estos son los árboles de mi tristeza, de donde a veces te traigo lilas para que guardes entre las páginas de nuestra historia. Amor mío, me voy haciendo viejo como los bosques como un camino que se cierra, como un perfume que se derrite como una carne llena de nidos. Amárrame a la sombra y espera aquí conmigo, porque antes de partir quisiera estar mirándote.
Quédate con mis libros cuando yo no esté aquí. Que en las tardes de lluvia el griego es más hermoso todavía y quiero que conozcas la lengua de los dioses y el silbante dialecto del invierno.